Visión General de los Hechos Fundamentales de la Religión Cristiana Católica

“Nosotros hemos encontrado al amor de Dios presente entre nosotros, y hemos creído en su amor. Dios es amor. El que permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en Él” (1 – Jn 4, 16)

La religión (del latín re, prefijo que significa volver; y ligare, unir: volver a unir) es la serie de procesos que realiza un grupo para reencontrarse con una realidad alterna a la existencia física. Esta definición estricta permite hacer la diferenciación entre dos tipos de religiones: las de construcción, que son aquellas que se basan en construcciones sociales derivadas de la religión natural encaminadas a la búsqueda de la trascendencia del individuo y un significado último de existencia; y las religiones de revelación, que está basada por el acercamiento de la divinidad a un individuo o grupo específico para iniciar de nuevo la relación. La religión cristiana, al igual que la judía y la islámica son de revelación; el budismo y el sintoísmo son religiones de construcción. La creencia implica en cambio la estructuración de la visión del mundo de los individuos, pero es susceptible a cambios y no implica compromiso del individuo ni la necesaria existencia de una divinidad. El culto implica ya un compromiso del individuo para su creencia y la estructuración de toda o parte de su actividad diaria. De esta manera la religión implica la elaboración más compleja del sistema de creencias, y como tal es una construcción de la sociedad que puede ser aprovechada o no por la divinidad para reestablecer su propio contacto. El origen de las religiones de construcción, que son las expresiones más primitivas y que pueden datar desde el Mesolítico según los hallazgos arqueológicos, se inscriben en el origen de lo que se denomina la religión natural: la serie de actividades encaminadas a la búsqueda de una realidad alternativa a la realidad física. Las expresiones de éstas son universales y no dejan dudas que son parte inherente de la naturaleza humana:

“De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y comportamientos religiosos. A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso.” (CIC 28)

¿Cuál es el origen de esta búsqueda de la divinidad? A lo largo de la historia se han formulado tres posibilidades: la fórmula de las vías que establece la existencia de Dios a través de la luz natural de la razón (Cf. CIC 31 – 35, Rm, 1, 19 – 30), el llamado que hace el mismo Dios personalmente a cada ser humano (Is 65, 1-2, CIC 30, Hch 17, 26 – 28) y el deseo que quedó impreso en el ser humano tras el Pecado Original. (CIC 388 – 389, Gn 3, DS 696, DS 787 - 792) Sobre la última posibilidad se establece la necesaria pregunta que da origen al significado fundamental de la Redención que es la acción salvadora de Dios en contra de las fuerzas del mal: ¿cuál es el origen del mal? La respuesta que no será conocida en su plenitud hasta el Final de los Tiempos, se perfila a través de la Historia de la Salvación (entendida por el proceso histórico en el cual Dios perfila el Plan de la Salvación) como una respuesta a dos eventos centrales sucedidos al principio de la Historia: la caída de los Ángeles y el Pecado Original. El origen medular del mal, la Caída, es un evento que en la Revelación (el corpus de conocimiento que nos ha legado Dios para el cumplimiento de la Redención) no quedó claro y que no puede ser siquiera inferido con base en nuestros conocimientos de la actuación del mal a lo largo de la historia. Únicamente sabemos que la existencia del Diablo como un ser espiritual opuesto a Dios y comandante de un conjunto de espíritus que controlan el devenir del mundo es una creencia que data de épocas muy antiguas en el judaísmo, con una probable influencia zoroástrica, que se afirma fuertemente en los textos evangélicos y neotestamentarios y recorre fuertemente la Doctrina de la Iglesia (Cf. Gn 3, 1- 4, Jb 1, 7 – 12, Sb, 2, 23 – 24, Mt 4, 1 – 11, Mt, 28 – 33, Mc 1, 23 – 28, Jn 8, 44, 2 P 2, 2, 4, Ap 12, 7 – 9, DS 237 – 238, DS 427 – DS 428, ST 1, q. 63 1 – 9; ST 1, q. 64 1 - 4). Lo poco que sabemos acerca del Diablo a lo largo de los siglos de reflexión teológica se encuentra sintetizado en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 391 – 395, ST 2,2 q. 163 1- 4, q. 164 1- 2) y presentado en las citas de la Summa Tehologiae.

“El Diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero se hicieron a sí mismos malos” (DS 800)

La oposición del Diablo y sus demonios contra Dios arrastró en el conflicto a la humanidad, que fueron tentados en el principio de los tiempos para oponerse a Dios y que finalmente dejó entrar a la muerte, el sufrimiento y la maldad al mundo. Nuestros primeros padres, aunque engañados por el Diablo, son y hacen responsables a toda la Humanidad por ese primer pecado. (Jb 4, 19 – 21, Rm 5, 12 – 21, CIC 396 – 409, GES 13, ST 2,1 q. 83 1- 4)

“El relato de la Caída utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirman un acontecimiento primordial; un hecho que tuvo lugar en el comienzo de la Historia del Hombre. La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres.” (CIC 390)

Sin embargo, Dios no abandona a la humanidad bajo el yugo de la muerte, sino que comienza una serie de acciones estructuradas a lo largo de la historia para reestablecer la relación con nosotros. Este plan se le conoce como el Plan Salvífico, y los elementos que dan cumplimiento a éste a lo largo de la historia se le conoce como la Historia de la Salvación (Gn 3,9, Hb 2, 6, DS 2123, CIC 410 – 411). La duda del por qué de los acontecimientos también quedará en duda hasta el final, pero el gran argumento que sostiene la Iglesia es el de la “Feliz Culpa”, ya que aquel error de nuestros primeros padres permitió no solamente la Redención de toda la Creación, sino el advenimiento de Dios mismo al mundo:

“De este modo, siendo como fue tan grande la culpa del hombre, por obra de la misericordia divina pasa de la ruptura por el pecado a la reconciliación bondadosa; la cual llega a producir la estrechez de la relación entra la divinidad y el género humano al punto de que en la sola persona de Jesucristo se funden ambas naturalezas para realizarse en el Hijo de Dios el portento de que la Naturaleza Divina asumiera la naturaleza humana para ser Él verdadero hombre sin dejar de ser verdadero Dios. Por eso la Iglesia canta con júbilo: ¡Feliz culpa que nos ha valido tal redentor!” (Past. 5/3)

Para poder perfilar la Salvación de la Creación, con especial importancia hacia el género humano, Dios irá manifestando a través de la religión de construcción un lenguaje (propiamente en el sentido de integrar los símbolos propios de la experiencia humana y la forma de entender la trascendencia). Esas religiones estructuradas comenzarán a manejar los elementos fundamentales de la Hermenéutica, que será una herramienta fundamental para la comprensión del fenómeno religioso y que dará lugar a dos disciplinas que definen la forma de entender el mundo desde la perspectiva cristiana: la Exégesis y la Filosofía de la Historia. Con base en estas construcciones religiosas del ser humano, Dios dará a conocer su mensaje de una manera implícita que poco a poco irá cobrando fuerza hasta manifestarse explícitamente en la Historia a través de la Predicación de Jesús. Este proceso por el cual Dios manifiesta su voluntad a lo largo del tiempo se ha denominado la Pedagogía Divina:

“La salvación de la persona, que es el fin de la revelación, se manifiesta también como fruto de una original y eficaz « pedagogía de Dios » a lo largo de la historia. En analogía con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona —individuo y comunidad— en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría (488) adaptándose a las diversas edades y situaciones de vida. A través de la instrucción y de la catequesis pone en sus manos un mensaje que se va transmitiendo de generación en generación, lo corrige recordándole el premio y el castigo, convierte en formativas las mismas pruebas y sufrimientos. En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios tiene con la persona y dejarse guiar por El.” (DGC 139)

Sin embargo, esta Pedagogía Divina no se encuentra fundamentada únicamente en la interpretación de hechos históricos aislados e insignificantes, sino que realmente puede verse claramente la actuación de Dios al paso de los siglos. Se logra el cumplimiento definitivo en la Historia del Pueblo de Israel, donde en un periodo no mayor de cuatrocientos años se establecen las bases de la Tradición Judeocristiana realizada por pocos hombres desde el reinado del rey David hasta la Resurrección de Cristo. De esta manera podemos corroborar que la mayor parte de la Historia de la Salvación se encuentra escrita por hombres que en determinado momento optan por Dios y actúan en consecuencia, generando posibilidades de acuerdo con el plan salvífico:

“Por eso la Iglesia, al transmitir hoy el mensaje cristiano desde la viva conciencia que tiene de él, guarda constante « memoria » de los acontecimientos salvíficos del pasado, narrándolos de generación en generación. A su luz, interpreta los acontecimientos actuales de la historia humana, donde el Espíritu de Dios renueva la faz de la tierra y permanece en una espera confiada de la venida del Señor. En la catequesis patrística, la narración ( narratio ) de las maravillas obradas por Dios y la espera ( expectatio ) del retorno de Cristo acompañaban siempre la exposición ( explanatio ) de los misterios de la fe.” (DGC 107)

En estos eventos pasados se puede encontrar la interpretación de los venideros, ya que la Pedagogía Divina a lo largo de la Historia nos enseña que la mejor forma de interpretar el presente y entender el futuro es precisamente recordando el pasado. La base de este pensamiento se basa en el concepto de prefiguración, un evento o símbolo que presagia o da cumplimiento a otro. La prefiguración se encuentra en toda la predicación de Cristo basado en tradiciones semíticas antiguas y cuya continuación ha sido la base de la reflexión histórica, litúrgica, dogmática y mística de la Iglesia (Hb 10, 1- 2).

Dios utilizará esas estructuras humanas para perfilar ese Plan Salvífico, pero la comprensión de estos eventos sería imposible si no se poseyera una guía real sobre el significado de los acontecimientos que fueran conocidos por toda una comunidad. Fue por ello que a lo largo de la historia Dios decidió elegir al pueblo de Israel para realizar su plan en la historia humana. Sin embargo, antes del surgimiento de Israel en la historia se estableció el primer contacto entre Dios y el hombre.

La alianza con Noé, en la cual se establece por vez primera un contacto entre Dios y el hombre, establece la seguridad para que la humanidad pueda realizar su historia, siempre perfilando el Plan Salvífico que solamente Dios puede alterar. En este sentido, es necesario recordar que siempre el Plan de Dios respetará la libertad humana. Gracias a esto se puede entender el aparente silencio de Dios ante la maldad o la duda de si pudo haber evitado la historia como sucedió, ya que siempre respetará la libertad de cada individuo y por tanto no realizará acciones que obliguen a creer a ninguna persona. La alianza con Noé establece por vez primera una relación entre Dios y el hombre con base en una promesa que en el caso de Noé es unilateral: Dios decide sin pedir nada a cambio no destruir a la humanidad de nuevo con una catástrofe natural. Este acto inaugura el concepto fundamental de la Alianza, en el cual alguna u ambas partes (en este caso Dios y el hombre) establecen una promesa de compromiso mutuo para beneficio de la humanidad. En este sentido, la Alianza será la primera estructura fundamental de la religión judía, cuyo elemento más importante será la Antigua Alianza, que establece sus bases en la promesa hecha a Abraham, padre de los creyentes, y continuada por Moisés. Esta Alianza, que a lo largo de la Historia fue relegada por el pueblo de Israel en pos de buscar el bienestar del que disfrutaban otros pueblos o seducidos por otras creencias, derivó en renovaciones sucesivas que terminaron dando lugar a la religión judía. Sin embargo, la Alianza no es el único elemento que organizó a la fe judía. En este proceso en el cual el pueblo de Israel regresaba a la religión de la Alianza y se alejaba aparecieron hombres y mujeres decididos a mostrar a la sociedad la verdadera fe y encauzarla de nuevo hacia Dios. Regularmente éstos hombres serían llamados y transmitirían el mensaje divino sobre acontecimientos presentes y futuros, estableciendo dos conceptos principales: la Profecía y la Revelación. La profecía es todo aquel enunciado realizado por una persona en nombre de Dios que encuentra cumplimiento. Una profecía obtiene su carácter al dársele cumplimiento. De la misma manera, puede obtener legitimidad al encontrarse en una serie donde una parte ha encontrado cumplimiento. Aunque la profecía es distinguible del profeta, no por ello debe de dejarse a un lado la persona y el contexto en que se enuncia la profecía de la profecía misma. Las profecías de la tradición judeocristiana carecen de tiempo de cumplimiento generalmente debido a que la intercesión de los hombres puede alterar la profecía enunciada, más no la voluntad de Dios en sí misma, que es inalterable por definición. Gran parte de la dogmática judeocristiana tiene su justificación en el cumplimiento de las profecías, por lo que se asimilan los enunciados que implicaban la profecía cumplida. Tal es el caso del Éxodo de Moisés, el Arca de Noé y el Exilio a Babilonia. Una Profecía Inmutable es aquella que tendrá cumplimiento necesario y expreso, tanto en persona como en operación. Ejemplo: la venida del Mesías, la Destrucción del Templo, el regreso de los judíos a Jerusalén, el Diluvio Universal Una Profecía Necesaria es aquella que tiene cumplimiento en forma, pero que la persona o sucesos que dan lugar al cumplimiento de la Profecía no son claros ni directos. Ejemplo: la Traición al Mesías por parte de Judas, la condena a muerte del Mesías, el Final de la Primera Guerra Mundial, la destrucción de la Iglesia Una Profecía Reversible es aquella que a través del cambio de la actitud de los hombres y la intervención divina puede ser modificada, cumplida o no cumplida. Ejemplo: El inicio de la Segunda Guerra Mundial, la Caída del Muro de Hierro, el Destierro a Babilonia Una Profecía Sobrenatural es aquella que únicamente puede tener cumplimiento por la intervención directa de Dios en contra de las leyes naturales. Por ejemplo: el Milagro del Sol, el Altar de Elías, la Encarnación y la Resurrección de Cristo. Las Profecías Naturales son aquellas que aunque predicen fenómenos naturales, el cumplimiento y la forma de cumplimiento es predicha de antemano para significar la Voluntad de Dios. Por ejemplo: el regreso del Destierro a Babilonia, la Muerte de Cristo, la Promesa de Abraham, la Caída del Imperio Romano, los Secretos de Fátima. Las Profecías Forzadas son aquellas que aunque predice un fenómeno natural, el cumplimiento y la forma de cumplimiento es predicha de antemano y requiere la participación humana, por lo que aparentemente es la persona quien cumple la profecía aunque no es así. Son las más controversiales de todos los tipos de Profecía y las que mayores dificultades generan en Escatología. Por ejemplo: la Anunciación, la entrega de Cristo a las autoridades civiles, la profecía de la Entrada del Mesías a Jerusalén. El papel del Profeta se vuelve ante la complejidad de su vocación y el entendimiento de su propia misión una obligación doble, ya que no lo exime de los compromisos propios del creyente, pero por otro lado posee la responsabilidad de transmitir el mensaje que Dios le ha dado. Esa tensión entre la sociedad que se niega a retornar a Dios y la necesidad del profeta de trasmitir su mensaje dieron lugar a la Revelación: la transmisión de los contenidos del Plan Salvífico en la historia y las posibilidades de Salvación de cada creyente, el mensaje que Dios revela directamente a su pueblo. Los primeros en recibir los esbozos de la revelación divina son los profetas, que establecerán claramente la venida de un Mesías que salvaría a su pueblo. Sin embargo, la llegada del Mesías que para los cristianos es la persona de Jesús, como la naturaleza de su misión y su propia identidad provocaron un choque ideológico irreconciliable entre los judíos y los cristianos, siendo el principal motivo por el cual existe una marcada oposición entre la Iglesia y el resto de los seres humanos. Santo Tomás nos explica que la profecía es una gracia otorgada por Dios y pertenece al orden espiritual. La profecía es un tipo de conocimiento y puede ser de influencia divina o demoníaca, y toca al discernimiento de las almas distinguir la diferencia. Los demonios son capaces de transmitir visiones y alucinaciones auditivas, pero no un conocimiento o “iluminación” acerca de la realidad (ST 2,2 q. 172, 5) Él incluye en la profecía no solamente el conocimiento de los eventos, sino cualquier conocimiento divino, como el conocimiento del pasado o la Revelación Privada de algún concepto o evento que pertenece al ámbito espiritual, como al visión de los ángeles o conocimiento del mundo espiritual (ST, 2,2, q. 171, 3). El objetivo de la profecía es una manifestación del Espíritu que tiene por objeto la construcción de la Iglesia. Este conocimiento es especial ya que no puede ser confirmado por las capacidades humanas ya que procede directamente de Dios. A pesar de que depende directamente de la capacidad de profeta para comprender y transmitir ideas, la fidelidad a la manifestación divina se apega al contenido original de la profecía por la misma sabiduría y poder divinos. (ST, 2, 2 q. 171, 1) De la mima manera debido a su carácter divino la profecía auténtica está libre de todo error, por contradictorio que su sentido pueda parecernos. (ST 2,2 q. 171, 6) A continuación define Santo Tomás un rasgo importantísimo del profeta real: la profecía no depende de la voluntad del hombre. Un hombre no elige ser profeta, ya que no depende de la voluntad humana sino de la manifestación divina. Por tanto el profeta es un ser que muchas veces en contra de su voluntad, como en el caso del profeta Jonás, debe de realizar la misión que le ha encomendado. El rechazo de la labor profética es un rasgo inherente de la actividad ya que va en contra de la propia voluntad humana (ST 2,2, q. 171 , 2). Aunque la profecía no requiere ninguna preparación especial por parte del profeta (ST 2,2, q. 172, 3), pero requiere una vida cercana a Dios y en cumplimiento de sus mandamientos (ST 2,2 q. 172,4). El don de la profecía consiste precisamente en distinguir aquello que proviene de su propio ser y voluntad y aquello que Dios ha tenido la voluntad de transmitirle (ST 2,2, q. 171, 4 - 5) Establece que la profecía se da a través de la intercesión de los ángeles (ST 2,2, q. 172, 2) y que es un proceso alejado de lo que conocemos como pensamiento, por lo que posee una naturaleza propia fuera de las representaciones comunes de la razón (ST 2,2 q. 173, 2) y la cual puede presentar o no un involucramiento o ausencia completa de los sentidos (ST 2,2 q. 173, 3). Debido a la inspiración proveniente del Espíritu Santo, el profeta es capaz de transmitir a otros contenidos proféticos de los que no necesariamente puede tener conocimiento (ST 2,2, q. 173, 4). Santo Tomás clasifica tres tipos de profecía: la de denuncia, la de predestinación y la de conocimiento sobrenatural. (ST 2,2 q. 174, 1). San Isidoro menciona siete vías principales para la transmisión de la profecía al profeta: éxtasis, visión, sueño, la niebla o nube, una voz del cielo, el uso de una comparación o parábola y el “llenado” o manifestación a través de la persona del Espíritu Santo (ST 2,2, q. 174, 1). No existe preferencia ya que el valor de la profecía se encuentra en su fin y no en su medio (ST 2,2 q. 174, 2). El papel del profeta en la Historia de la Salvación es expuesto claramente por el profeta Ezequiel al final de su libro:

“Hijo de hombre, di a los hijos de tu pueblo: cuando yo mando la espada sobre algún país, tal vez el pueblo de ese país designó a uno de sus habitantes como centinela. Si este, viendo al enemigo, toca la bocina y avisa al pueblo, el que oye el sonido de la bocina y no se pone a salvo será culpable de su propia muerte cuando llegue el enemigo y lo mate. Oyó el sonido de la bocina y no se puso a salvo; solamente él tiene la culpa. En cambio el que avisó es inocente. Al contrario, si el centinela ve venir al enemigo y no hace sonar la bocina y el pueblo no se pone a salvo y llega el enemigo y mata a alguno de ellos, muere por culpa del centinela, por eso a éste le pediré cuenta de la vida del que murió. Ahora bien, hijo de hombre, yo te he puesto a tu por centinela de la gente de Israel, las palabras que oirás de mi boca se las anunciarás de parte mía. Si yo digo: malo, morirás sin remedio y tú no le hablas para que se aparte de su mala vida, el malo morirá por su maldad, pero te pediré cuentas por su vida. Pero si tú procuras apartar al malo de su mal camino para que se convierta y él no deja su mala vida, morirá por su causa pero tú te salvarás. ”

(Ez 33, 2 – 9)

El motivo por el cual Dios mismo tenía que manifestarse en el mundo para alcanzar la Redención de toda la Creación y cómo se manifestaría su plan salvífico, los contenidos fundamentales de la Revelación, serían dudas que no quedaran resueltas hasta después de la Muerte y Resurrección de Cristo:

“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.” (Dei Verbum, 2)

Podemos ver esas dudas acerca de la maldad y la incomprensible bondad de Dios reflejada en el Antiguo Testamento:

“”Mi cama me consolará, y mi descanso aliviará mi llanto, entonces tú me asustas con sueños y me aterrorizas con visiones. Preferiría ser sofocado: la muerte antes que estos dolores. Mira que desfallezco, no viviré para siempre. ¡Déjame, ve que mis días son un soplo! ¿Qué es el hombre para que te fijes tanto en él y pongas en él tu mirada, para que lo vigiles cada mañana y lo pongas a prueba a cada instante? ¿Cuándo apartarás de mi tus ojos y me darás tiempo de tragar mi saliva?” (Jb 7, 13 – 18)

Muchos de los contenidos fundamentales de la fe fueron transmitidos a lo largo de la Historia en forma de Profecía:

“La profecía se encuentra directamente conectado al conocimiento de la verdad divina por la contemplación que no solamente es transmitida a través de la fe sino de las acciones de acuerdo con Sl 42, 3 “Envíame tu luz y tu verdad: ellos me guiarán.” Nuestra fe consiste principalmente en dos cosas: el verdadero conocimiento de Dios de acuerdo con Hb 11, 6: “Dios ha hecho esto para que creamos en Él”, y segundo en el misterio de la encarnación de Cristo de acuerdo con Jn 14, 1: “Ustedes que creen en Dios, crean en mí”. De acuerdo con esto, si hablamos de la profecía de acuerdo con las tres divisiones del tiempo [la Historia de la Salvación]: antes de la Ley, bajo la Ley y bajo la Gracia. Antes de la ley, Abraham y los Patriarcas que proféticamente pensaron elementos de fe en la Inteligencia de Dios. Así fue transmitido de Abraham a Isaac y sus descendientes. Bajo la Ley la revelación profética de cosas pertenecientes a la fe en la Inteligencia de Dios se hicieron de una manera más excelente, no solamente por transmisión entre las familias sino a toda la comunidad. El señor dijo a Moisés: “Yo soy el Señor que apareció a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Ex 6, 2 - 3) porque previamente los patriarcas han sido pensados para creer en Dios, por lo cual Moisés fue instruido en la simplicidad de la esencia divina, cuando Él dijo: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14), venerado por los judíos como un nombre impronunciable. Después, en el tiempo de la gracia, el misterio de la Trinidad fue revelado por el mismo Hijo de Dios, de acuerdo con Mt 28, 19: “Vayan y enseñen a las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” En este estado, de cualquier manera, la revelación más excelente fue la que se nos dio primero. Ahora, la primera revelación, antes de la ley, fue dada a Abraham, que fue el hombre que comenzó a tener fe en Dios para enfrentarse a la idolatría, y ninguna revelación fue más necesaria que la creencia que persistió en un solo Dios. Una menos excelente fue hecha a Isaac, basada en la hecha a Abraham. Luego se le dijo: “Soy el Dios de Abraham, tu padre” (Gn 26, 24) y de la misma manera a Jacob: “Yo soy el Dios de Abraham y de Isaac” (Gn 28, 13). Bajo la Ley la primera revelación, que fue hecha a Moisés, fue la más excelente, y las demás revelaciones en las que se fundó la misión de los profetas. En la época de la gracia la fe de la Iglesia está fundada en la revelación de los Apóstoles [DV 7] de acuerdo con al fe en Dios en Tres Divinas Personas, de acuerdo con Mt 16, 18 “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Como la fe en la encarnación de Cristo, es evidente que las personas cercanas directamente fueron mejor instruidas que sus contrapartes que aprendieron de la declaración de los Apóstoles (cf. Ef 3,5). Como la guía de los actos humanos, la revelación proféticas varía no de acuerdo al curso del tiempo pero conforme a las circunstancias requiere, como está escrito (Pv 29, 18). “Cuando fallan los profetas, el pueblo vive sin freno”. Es por ello que en todo tiempo los hombres deben de ser instruidos en la revelación divina sobre aquello que hacen, de acuerdo con el legado espiritual de los profetas de acuerdo con Sl 104, 15: “No maltraten a mis profetas cuyas palabras han sido elegidas especialmente.”

(ST 174, 6)

San Pablo es quien resume mejor la inconmensurable importancia de estos eventos explicando el plan revelado por Cristo que guía toda la Historia y los motivos para realizarla, respondiendo a la desesperada llamada de los creyentes del Antiguo Testamento:

“En Cristo, Dios nos eligió desde antes de la Creación del mundo, para estar en su presencia sin culpa ni mancha. Desde la eternidad determinó en el amor que fuésemos sus hijos adoptivos por medio de Cristo Jesús. Eso es lo que quiso y lo que más le gustó para que se alabe su Gloria por esa gracia suya que nos manifiesta en el Bien Amado. Pues en Cristo, la sangre que derramó paga nuestra libertad y nos merece el perdón de los pecados. En esto se ve la inmensidad de su gracia. Mediante dones de sabiduría e inteligencia, Dios nos da a conocer este proyecto misterioso – fruto del amor que le tiene a su Hijo – que debía realizarse cuando llegara la plenitud de los tiempos. Todas las cosas han de reunirse con Cristo tanto las celestiales como las terrenales. En Cristo, Dios nos apartó a los que estábamos esperando al Mesías. Él, que dispone de todas las cosas como quiere, nos eligió para ser su pueblo, para alabanza de su Gloria. Ustedes también, al escuchar la Palabra de la Verdad, el Evangelio que salva, creyeron en él, quedando sellados con el Espíritu Santo prometido, el cual es el anticipo de nuestra herencia. Así va liberando al pueblo que hizo suyo, con el fin de que sea alabada su Gloria.” (Ef 1, 4 – 14)

Con la Venida de Cristo, su Muerte y Resurrección se inaugura una nueva etapa histórica caracterizada por la necesidad de la Iglesia de difundir el mensaje de Salvación a todos los hombres. En este sentido se establece la Economía de la Salvación, basada en el mandato de Cristo de trasmitir el Evangelio a todos los hombres. Este mandamiento que da una enorme responsabilidad a la Iglesia, implica su actuación histórica en el mundo y en la vida personal de cada creyente.

“La « economía de la salvación » tiene un carácter histórico, pues se realiza en el tiempo. «empezó en el pasado, se desarrolló y alcanzó su cumbre en Cristo; despliega su poder en el presente; y espera su consumación en el futuro ».” (DGC 107)

¿Cómo lograr esa incorporación de los hombres a la salvación? La formación de la Iglesia como Institución es la parte visible de la Nueva Alianza, en la cual a través de los Sacramentos la Iglesia establece un vínculo con Cristo, su cabeza, y el resto de la comunidad; para poder establecerse en un todo con la Iglesia que se encuentra ya ante la presencia de Dios y la que aún se encuentra en el Purgatorio. Esa unión de todos los creyentes conforma la verdadera unidad de la Nueva alianza: el Cuerpo Místico (Corpus Mysticorum) (1 Cor 12, 12 – 29)

La Revelación posee tres elementos principales e interrelacionados: La Sagrada Escritura: contenida en el canon de las escrituras y que permite establecer la Revelación tanto histórica como mística del Mensaje Divino. La Tradición Apostólica: contenida en la experiencia directa y personal de los apóstoles que convivieron con Cristo, y cuya continuidad se ve representada por la Jerarquía eclesiástica. La Tradición Eclesial: contenida en los usos, costumbres y comprensión del pueblo de Dios que va construyendo interpretaciones y estableciendo normas que, inspirados por el Espíritu Santo y bajo la luz de la Caridad, surge como pilar para lograr la correcta intepretación de la Revelación Divina. (Dei Verbum, 8 - 10) En este sentido la religión cristiana no queda exenta de los procesos históricos para lograr la comprensión completa de su mensaje. Es por ello que se presentan tres fenómenos claramente delimitados: las Revelaciones Privadas, que son mensajes transmitidos a uno o varios creyentes en específico para aclarar el contenido de la Revelación en determinado periodo histórico sin agregar nada al contenido de la Revelación; los Santos Neotestamentarios, los herederos de la tradición profética que se enfrentarán a la ortodoxia para lograr una comprensión más profunda de las verdades reveladas; y la Reflexión Teológica, llevada a cabo por la jerarquía y los laicos más aventajados para poder entender los signos de los tiempos. Los tres procesos se complementan para formar la Historia de la Iglesia, la Tercera Etapa de la Historia de la Salvación. El contenido fundamental de la Salvación por el cual toda esta estructura posee sentido, es a través del amor:

“Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: « Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas » (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.” (DCE 1)

Los contenidos anteriores no pueden dejarse a un lado del proceso personal de cada creyente para poder encontrar a Dios. Ese proceso no se ve alterado por los contenidos de la Revelación, sino que por el contrario son complementados ambos, de alguna manera independientes uno de otros, para lograr el fin último de la Historia que es el retorno a Dios. Estos contenidos, junto con la reflexión personal de cada persona, son las bases principales para la comprensión de la Escatología.

Bibliografía

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CIC: Catecismo de la Iglesia Católica - http://www.vatican.va/archive/ESL0022/_INDEX.HTM

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Ver también

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