Predeterminación y libertad electiva

Predeterminación y libertad electiva

Título Predeterminación y libertad electiva
Autor Gabriel Lombardi
Año 2008

El psicoanálisis evidencia que la etiología de la neurosis acaece en un ser capaz de elección, y es en tanto sujeto participante de una elección que alguien resulta afectado de una neurosis. El método psicoanalítico permite una revisión de la elección de la neurosis mediante una propuesta de libertad asociativa exaltada por la interpretación, de exploración de los límites de esa libertad, y de conclusión que reabre opciones vitales. El plus de libertad que resulta de un psicoanálisis se apoya en lo que permanece incurable del síntoma, definido como esa parte de sí que el sujeto conoce sin reconocerse en ello.

La ampliación freudiana del campo de batalla editar

Es verdad que como método el psicoanálisis se propone determinar lo que no podemos elegir, lo que no podemos cambiar, lo ineluctable, lo inexorable, la estructura, las imposibilidades que entraman nuestro real, pero todo ello no es para dejarnos en una posición de mero estoicismo. Por el contrario, el psicoanálisis también nos muestra que en los intersticios estructurales de lo que no podemos cambiar, de lo incurable, de lo irremediable, existe otra opción que tal vez no se había tenido en cuenta, y que no se la había tenido en cuenta justamente por haber quedado, como opción, hundida en el inconsciente. Sostengo entonces que hay dos reales en juego: lo real irremediable, y lo real del acto de elegir, que se apoya en el primero. Lo cual me parece coherente con la tesis de Lacan de que el acto psicoanalítico – instancia eminentemente electiva – se apoya en la producción de un incurable. Tomamos solamente en análisis a quien todavía puede elegir, y que por neurosis, perversión o psicosis, demora su hora, está más preocupado en engañar al partenaire que en realizar su acto y su tiempo. ¿Cómo talla el psicoanálisis en una tradición de investigación filosófica, ética, literaria, sobre la lucha entre determinación y libre albedrío?

Antecedentes filosóficos de la pregunta editar

  • Aristóteles: acto voluntario, cuando actúo espontáneamente, y no por compulsión exterior,cuando actúo sabiendo lo que hago
  • Agustín de Hipona: libre albedrío o arbitraje de la voluntad, una suerte de asociación de la espontaneidad del acto con la razón. En ella se funda la responsabilidad del individuo ante las leyes morales, penales y divinas.
  • Tomás de Aquino: precisa que el libre albedrío se manifiesta en un tipo especial de acto, la elección, que es su actusproprius. La elección es decidirse entre dos o varias opciones posibles, es el ejercicio de la capacidad de optar, es auto-determinación.
  • Tradición judeocristiana: la elección se refiere al pecado como rebelión respecto del programa de Dios. Se considera que el pecado se elige de modo tal que no sólo se comete, sino que antes de ser cometido, y como su condición, se transmite y se hereda. Esta tradición supone que hay un pecado previo, originario, que hace posible el arbitraje de la voluntad que, para poder decidir, no podría ser completamente inocente: debe conocer no sólo el bien, también el mal.
  • Pelagio: el pecado es algo que se comete, pero no se hereda ni se transmite. El pecado está en la naturaleza del hombre, que tampoco necesita de la gracia para salvarse. Es herético quien elige, y sobre todo quien lo hace sin los condicionamientos supuestos por la tradición.
  • Boecio: la elección del hombre, por más diminuta que ella sea, ataca de un modo irremediable o bien la completud o bien la consistencia del saber de Dios. La solución piadoso de Boecio consiste en recuperar la idea aristotélica de los futuros contingentes, también llamados futuros libres: sean cuales sean las elecciones futuras del hombre, la mirada divina las ve como simultáneamente presentes, y por lo tanto como necesarias, en una suerte de barrido de todas las opciones posibles.
  • Cantor: su teoría de los conjuntos prueba que no hay “todas las opciones posibles.”

El método psicoanalítico: libertad asociativa y sus límites editar

Boecio muestra que el ejercicio de la libertad por parte del hombre, por más acotados que sean esa libertad y ese ejercicio, puede conmover la estructura del Otro.

El psicoanálisis se orienta a partir de ese punto esencial del ser al que permite un acceso privilegiado: que se trata de un ser capaz de elección. Le propone un método por el que lo trata no como sujeto pensante sino como parlêtre, como ser hablante. En el tiempo que dura la sesión analítica puede decir lo que quiere. Asociar libremente, aunque muchas veces para constatar que su libertad asociativa no es tan grande, que las mismas secuencias se repiten en su decir, en su historia, en su vida, en una y otra sesión. La regla fundamental coquetea con la asociación libre, la sugiere, incluso la impone. Permite sin embargo mejor que otros métodos aprehender restricciones a la libertad asociativa que promueve. Las diferentes formas de la resistencia dan cuenta de tales restricciones, por las cuales el analizante no alcanza a cumplir con la invitación del método analítico, resistencias que permiten declinar su ser en partes escindidas: el yo, el superyó, el ello, partes que o bien resisten al ejercicio de la libertad, o bien luchan entre ellas produciendo el conflicto entre opciones contrapuestas que es característico de las neurosis. La noción de conflicto da cuenta que la esencia de la neurosis es una dificultad concerniente a la elección. La neurosis es consecuencia de que el parlêtre, pudiendo optar, no lo hace. Y esto se traduce rápidamente en síntomas. El síntoma se consolida como formación de compromiso entre partes del ser que negocian entre ellas para obtener cada una su satisfacción parcial. Ni renuncia ni sublimación, pero división subjetiva en cualquier caso, en lugar de elección. En lugar de la entereza que solo el acto puede aportar, encontramos en el neurótico el rasgo de la cobardía moral.

La repetición compulsiva por la cual el paciente repite las asociaciones, vuelve a lo mismo, y además, repite en lugar de recordar, actúa ciegamente un encuentro fallido, es la noción que más cabalmente da cuenta de las restricciones a la libertad asociativa. La forma de la repetición llamada por Freud transferencia se refiere al momento en que el sujeto pierde su libertad asociativa para enlazarse a la presencia del oyente.

Con su interpretación, capaz de abrir puertas asociativas, el analista trata al analizante como ser capaz de elegir incluso más allá de lo que sabe, apostando a que los límites que el sujeto encuentra en el ejercicio de la libertad asociativa no necesariamente deben ser para siempre los que le impone actualmente la compulsión de repetición. Para el sujeto invitado a hablar en el análisis, sus asociaciones desembocan en una palabra libre, en una palabra ajena que le sería penosa. Nada más temible que decir algo que pueda ser verdad, porque podría llegar a serlo del todo. El momento de pasaje a al certeza se realiza justamente en el momento en que el sujeto dice algo que está por fuera del saber del Otro, se introduce un nuevo estado, una posición nueva del sujeto que transforma su relación con la realidad, con la satisfacción y con el deseo. Pero claro, eso podría ser irreversible.

Acerca del manejo del tiempo editar

En las neurosis encontramos diversas formas de encubrir el tiempo, de perderlo haciendo como que no existe. El neurótico habla de sí de un modo impersonal, que se opine igualmente a la sorpresa y a la determinación. ¿Cómo se introduce en la clínica y en la práctica psicoanalítica lo que el tiempo tiene de real? Por la renovación de la experiencia ya vivida de la discontinuidad temporal, que marca un antes y un después, revelando el aspecto más real del tiempo: la imposibilidad de desandarlo. Lo real del tiempo es su irreversibilidad. Hay palabras, hay actos, hay elecciones que establecen un antes y un después. Para el ser hablante el tiempo tiene una coordenada real, la discontinuidad temporal irreversible, y su aproximación conlleva un presentimiento, un afecto propio que se llama angustia. La angustia anuncia y prepara la renovación de ese momento; su certeza, su carácter de pre-acto, hacen de ella un indicador temporal fundamental, del que el neurótico, lamentablemente ignora el empleo. Esa discontinuidad irreversible podemos padecerla (bajo la forma de la repetición como síntoma), pero también podemos intervenir en su producción, en acto, sin más dilación. Entre el sujeto a destiempo de la neurosis y el ser en el tiempo (el ser en acto), el psicoanálisis se ubica como una invitación y una espera activa del advenimiento de ese ser, que permite ubicar el resorte verdadero y último de la transferencia en su relación con el deseo del analista, como una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo. Por más reducido que sea el margen de elección que nos queda, allí está nuestro deseo, en ese lapso limitado por el acto como renovación del trauma original que marca el cuerpo, y la muerte que borra el cuerpo y marca y goce. Por eso, en psicoanálisis no tratamos al neurótico solamente como “ser relativamente a la muerte”, sino más bien como “ser relativamente al acto”.

Elecciones que fijan una identidad editar

Hay al menos dos fuentes causales diferentes de lo que se llama identidad.

  1. Por una parte, tenemos todo lo concerniente a las determinaciones sociales impresas en el sujeto. Los mecanismos freudianos de la identificación resumen buena parte de tales determinaciones sociales que clásicamente alcanzan para que el integrante de una comunidad adquiera en ella su Ideal del yo, sus referencias míticas, etc.
  2. Otra fuente de identidad, que no depende tanto de las determinaciones étnicas o culturales, como de la posición tomada por el ser hablante frente a algunos acontecimientos muy particulares, acontecimientos cuya particularidad no se interseca con lo general sino con lo singular. Se presentan en la experiencia bajo la forma de un trauma sufrido por el ser hablante muy precisamente en tanto que ser capaz de elección.

Los analistas no recibimos al analizante sino en tanto ser capaz de elección. No tratamos autómatas, sólo admitimos en tratamiento a un ser al que suponemos dotado de la voluntad, del poder mínimo pero decisivo de responder sí o no a lo que se quiere – y en ese punto no importa tanto que ubique el deseo como viniendo del Otro o crea reconocerlo como propio –. Lo que del ser decide es el decir sí o no al deseo en juego. E incluso lo que sucede por azar, no tiene la misma estructura en su caso que en el caso de un ser no capaz de elección.

La elección del trauma editar

Aristóteles: lo que sucede por azar en un ser capaz d elección no es autómaton sino túkhe, accidente que puede ser elegido o rechazado antes de haber sucedido. Freud permite extender esta categoría al considerar que un acontecimiento puede ser señalado como túkhico bastante después de haber sido vivido. Lo que es decisivo es la defensa, es decir, la posición tomada por el ser, que en un sentido que debemos precisar, ha intervenido en ese traumatismo en tanto ser capaz de elección.

La clínica freudiana del autorreproche editar

Este trauma que afecta al ser en tanto capaz de elegir es el núcleo de lo que Freud llama elección de neurosis. La primera nosología se apoya en la elección de trauma y en la reacción del ser frente a éste; se trata de una nosología elaborada sobre la clínica freudiana del autorreproche.

La histérica decide haber sufrido pasivamente el momento del trauma. Es una inocencia dialectizable, ya que detrás de los reproches dirigidos al Otro están en su caso los autorreproches. La pasividad de la histérica es una pasividad passibête, no tan tonta, oculta el ser que por el verbo se asegura en la voz media y no en el sujeto.

El paranoico también es inocente, pero su inocencia no es igualmente dialéctica, es más bien incorregible. Su posición fundamental se define a partir de este no creer forclusivo que precede y estructura sus síntomas. La falta es a tal punto del Otro, que amerita su eliminación en tanto que Otro verdadero.

El obsesivo se siente culpable, tiene conciencia propiamente hablando de su participación activa en el momento traumático, eso le gustó.

Momentos de elección que preceden al mecanismo editar

Las distintas formas del “no querer saber” discernidas por Freud en cada uno de sus casos, y en cada uno de los tipos clínicos que propuso, dan cuenta de que el mecanismo está precedido por una instancia, un momento de elección.

Tres momentos electivos en el historial del Hombre de las Ratas:

  1. 4/5 años. Estaba al cuidado de una bella gobernanta, quien yacía ligeramente vestida sobre el sofá y el niño, aún no “ratificado”, todavía no obsesivo, le pide autorización para deslizarse bajo su falda. Ella consiente con la condición de que no le diga nada a nadie. El niño pudo entonces tocar su sexo y su vientre le pareció curioso. Desde entonces, queda para él una curiosidad ardiente, atormentadora, por ver el cuerpo femenino. Todo esto precede el momento de constitución de su síntoma primario: la idea obsesiva de que sus padres adivinarían sus pensamientos. Erraten (adivinar) en adelante va a diseminarse como palabra-de-estímulo-de-complejo en el tormento de las Ratten, en las falsas deudas de las 3,80 coronas que evocan las deudas impagas del padre jugador empedernido (Spielratte) y sobre todo en las elecciones malogradas en cuanto al matrimonio (Heirat)
  2. desencadenamiento de la neurosis del joven universitario, en el momento en que quiere elegir mujer. No quiere optar como su padre por la mujer rica y no amada, pero tampoco se decide por su amada pobre. Elige no elegir y enferma a causa de eso, es el no elegir el que ocasiona la enfermedad. No trabaja más, no estudia más, precisamente para no cometer la decisión esencial.
  3. su síntoma fundamental es también una cuestión de elección: la duda que marca sus pensamientos y acciones, que es la percepción interna de la irresolución. Hay autoconocimiento en el síntoma, es lo que uno conoce de sí sin reconocerse en ello, en el que él confiesa que ya no cree en sus autómatas. Es necesario postular una “insondable decisión del ser”.

Asegurar la identidad fuera del Otro editar

Un psicoanálisis puede ser concebido entonces como un trabajo de discernimiento y de producción de algunas elecciones del parlêtre que fijan como destino las coordenadas de su identidad. Las reseñas clínicas de Freud nos enseñan sobre lo que tiene de determinante la posición tomada por el ser hablante – incluso si es una posición defensiva –, cuando ella decide respecto del traumatismo vivido en la infancia, y precede los mecanismos de la neurosis dando causa a su etiopatogénesis. En el otro extremo, la elaboración analítica del síntoma muestra que, más acá de lo que tiene de típico, hubo, hay y habrá ese núcleo resistente a la interpretación, ese rasgo conservador sobre el cual se produce lo incurable en que el acto analítico encuentra su fin propio.

El efecto de un psicoanálisis no consiste en suprimir el síntoma, aunque pueda aliviarlo, sino en reformular las coordenadas de algunas elecciones alienadas del pasado, para encontrar una opción nueva en la que el ser, si quiere, puede darse una identidad de separación a partir de una elección que interrumpe todo encadenamiento causal.

El psicoanálisis permite conmutar lo que inicialmente se presenta como elección forzada y como identificación alienada al Otro (que elimina entonces a éste en tanto que Otro) en otro modo de elegir. En esta oportunidad el parlêtre puede alcanzar una identidad que fue fijada en el momento de elección de trauma, apoyándose sobre la heteridad del Otro, que ex-siste por no reconocer lo que el síntoma tiene de pulsional imposible de escuchar. Hay conocimiento en el síntoma en ese punto preciso en que no podría haber reconocimiento por parte del Otro.

Si en nuestra práctica podemos poner en cuestión la identidad de Otro al que no conocemos, es porque suponemos que la identidad que se ha dado en la experiencia traumática es finalmente más estable, más sólida que la que surge de las identificaciones a rasgos del Otro; es sobre aquella que se poya la certeza del acto psicoanalítico.

Los términos y la lógica de la elección en Lacan editar

La elección, forzada editar

Lacan explicó la constitución del sujeto en dos etapas electivas, a las que llamó alienación y separación. En la primera, se trata de elección forzada, en la segunda no. La alienación se trata de un forzamiento que ésta ya en el origen de la estructuración del parlêtre en tanto sujeto: el sujeto es lo que un significante representa para otro significante. En la articulación con ese otro significante, el sujeto estará entonces sólo representado, es decir, ausente, desaparecido bajo ese significante binario que viene a funcionar como su representante en el campo de la representación justo allí donde no hay representación sino mera exigencia pulsionante de lenguaje; dicho de otro modo, demanda. Para que la alienación se produzca, es necesario operar con dos significantes, ni más ni menos. Ese efecto de sujeto determinado por el par significante incide sobre el viviente cortando el ciclo vital del siguiente modo: suplanta el instinto natural por una demanda, un S1 que opera como exigencia significante que impacta, en el mejor de los casos, sobre el cuerpo funcionando como S2, como lugar de inscripción simbólica (es el principio de la histeria de conversión).

El ser hablante da cuerpo al S2, bajo el cual tiene la opción mínima de desaparecer. Con su fading el sujeto protege así el organismo del efecto directo del significante, efecto injuriante, psicosomático, bien diferente de la histeria. Es precisamente esta coincidencia, que el efecto de sujeto se produzca en un ser hablante que puede llegar a responder, lo que hace de la alienación una imposición del lenguaje que sin embargo ha de acomodarse a la forma de una elección. Lo que lo diferencia de cualquier otro sujeto de lenguaje es su aptitud para acomodar su existencia en los intersticios de un lenguaje equívoco que lo provoca a responder en tanto eligens; de un programa en que no decide por él enteramente, dejándole un margen para un sí o un no que no ha sido preprogramado.

Fantasías de libertad, y el ejercicio efectivo de la libertad editar

De un lado tenemos el discurso interior del neurótico sobre la libertad (la fantasía), que en verdad inhibe su ejercicio social. El efecto de esa ensoñación libertaria es precisamente el contrario: tanta libertad, por el hecho mismo de permanecer como ensoñación, induce el sometimiento a la normalidad gris que rige nuestras acciones en otra parte donde no somos tan libres, nuestra vida cotidiana que se estanca en el marco del discurso común. Mientras pensamos esa libertad, no la ejercemos. Los lazos sociales reales son sin embargo amarras sociales, en las cuales la libertad admite una práctica real, pero limitada.

Del otro lado, la libertad inherente a la locura en tanto ruptura de todo lazo con Otro verdadero. El precio de la libertad es el desencadenamiento por el que el ser hablante se libera del lazo social al precio de la locura; esa libertad no es fantasía, pero no está al alcance de cualquiera, su costo suele ser excesivo.

Entre ambos están los diferentes lazos sociales, donde se produce el encuentro efectivo con el deseo del Otro, donde es posible salir de la alienación por vía de la separación.

A partir de la lectura de la alienación en Hegel, Lacan discierne distintas posiciones subjetivas del ser, ya que aun en la situación de elección forzada por el par significante constitutivo de la división del sujeto, no hay una única respuesta posible para el ser al que ella afecta.

  1. Fading del sujeto bajo el significante binario S2, acaso la más abierta a una salida de la alienación.
  2. Efecto psicosomático, en el que el significante S1 no llega a representar al sujeto para otro significante S2 que dé cuerpo a la pulsión y permita el fading del sujeto. El organismo se lesiona por la incidencia holofrásica del significante, sin la protección del cuerpo S2.
  3. Psicosis en el débil mental y en la paranoia: en ellos el ser se petrifica como soldadura de S1 y S2, haciendo fracasar el sistema por el que el par significante instaura en la dimensión humana la creencia – que se basa en una oscilación entre S1 y S2 en el estilo “ya lo sé, pero aún así…” –. Al haber holofrase en lugar del par diferenciado S1-S2, falta uno de los términos de la creencia, y lo que se instala es la dimensión de la certeza.

Encontramos en Lacan una prudencia que concierne a la ética del psicoanálisis, dejando abierta la pregunta acerca de si la puesta en marcha del mecanismo no fue precedida, e incluso encendida por una elección, una toma de posición del ser. Esa prudencia nos deja la posibilidad de trabajar todavía con seres capaces de elegir, en lugar de reparar autómatas, órganos enfermos o errores cognitivos. A veces, allí donde sólo parece haber elección forzada, puede haber además otra opción.

La separación editar

Si en la alienación la elección se presenta como forzada, entre significantes, sin Otro verdadero (en esa fase no hay más Otro que otro significante), la constitución del sujeto no concluye sin la separación, respuesta del ser al deseo del Otro que se ha deslizado entre S1 y S2. El sujeto, antes desaparecido bajo el S2, ahora ataca la cadena en su punto de intervalo en réplica a lo que en ese intervalo entre significantes encuentra como deseo del Otro, ahora sí verdadero. La carencia de ser producida por su fading bajo el significante binario se interseca ahora con la carencia del Otro que se manifiesta como deseo. Por la separación, el sujeto encuentra el punto débil del par primitivo de la articulación significante, esencialmente alienante: es en tanto que el deseo del Otro es una incógnita, en ese punto de falta se constituye el deseo del sujeto. En un proceso que no es sin engaños, que no es sin esta torsión fundamental por la cual lo que el sujeto encuentra no es lo que anima su movimiento de volver a encontrar, el sujeto vuelve entonces al punto inicial, que es el de su falta como tal, la falta de su afánisis. En la separación, el sujeto juega su partida, que le permite liberarse, ahora sí, del efecto afanístico del S2, el significante binario que no lo representa, que solamente es el lugar de desvanecimiento de su presencia de viviente.

Desde que entró bajo la eficacia del par significante, el ser hablante ya no puede volver a ser meramente un viviente, una parte suya ha sido captada y puesta en fading por el forzamiento del lenguaje. Pero la separación le permite operar con lo que perdió en la alienación, haciéndolo jugar ahora a nivel del deseo del Otro que, curiosamente, se interesa actualmente en esa suerte de parusía negativa que es su afánisis. En la separación nos jugamos, queremos hacerlo, el vel (o bien… o bien…) de alienación se transforma en un velle, un querer, un ejercicio de la voluntad en el que lo pulsional se satisface, al articularse en acto con el deseo que viene del Otro, permitiendo al sujeto zafar del S2 que lo dejaba en fading. Separarse es darse una posición en el lazo social que sólo se alcanza por decisión propia.

La alienación implica la eliminación del Otro, no así la separación, que toma del Otro lo más interesante, el deseo. Separarse es no tomar del Otro sino su carencia, su deseo, y soltarse de otras adherencias para con él.

El neurótico fantasea con la libertad pero continúa en su posición de afánisis, de sujeto tachado bajo el peso de la demanda. La cura de la neurosis pasa por la separación en tanto ejercicio auténtico de la libertad, que arranca al ser pulsional del eclipse al que se somete en la alienación.

De lo que el sujeto debe liberarse es del efecto afanístico del significante binario, se apunta a transformar la relación del ser hablante con lo pulsional: mientras la pulsión incide sólo desde el par significante, es mera demanda, sin deseo. Es para protegerse de ella que en la separación el sujeto acata la cadena en su punto de intervalo, mostrando la utilidad clínica y práctica que comporta reducir la cadena significante a un par: permite advertir que lo que verdaderamente interesa en la vida del hablante mora en el intervalo entre S1 y S2, donde el ser encuentra sus objetos intersticiales, objetos señalados por el deseo del Otro, por metonimia, ligeramente por fuera o por dentro del significante. El psicoanálisis busca entonces liberar al sujeto del efecto afanístico del binario, para que de su partición $ el sujeto pase a su parto, efecto de torsión que es decisivo que se realice en la fase de salida de la transferencia. El deseo del analista está allí para facilitar esa salida.