Historia del siglo XX

Historia del siglo XX

Título Historia del siglo XX
Autor Eric Hobsbawm
Año 1994

Introducción

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Vista panorámica del siglo XX

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La destrucción del pasado, o más bien los mecanismos sociales que vinculaban la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños del siglo XX. La mayor parte de los jóvenes de este final del siglo XX crecen en una suerte de presente permanente sin relación con el pasado del tiempo en el que viven.

Estamos acostumbrados a concebir la economía industrial moderna en función de dos opuestos: el capitalismo y el socialismo. El mundo que ha sobrevivido a la Revolución de Octubre es un mundo cuyas instituciones y principios básicos tomaron forma por obra de quienes se alinearon en el bando de los vencedores (capitalismo) en la Segunda Guerra Mundial. Los del bando perdedor no solo fueron silenciados, sino que además fueron borrados de la historia, excepto por su papel de enemigos.

Eric Hobsbawm denomina al siglo XX corto a los años transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta el hundimiento de la URSS.

A una época de catástrofes que se extiende desde 1914 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, siguió un período de extraordinario crecimiento económico y transformación social que modificó la sociedad humana. Esto es denominado Edad de Oro.

Cuando el decenio de 1980 dio paso al de 1990, la última parte del siglo, fue una era de descomposición, incertidumbre y crisis para vastas zonas del mundo, como África, la ex URSS y los países socialistas europeos. El siglo XX conoció una fugaz Edad de Oro en el camino de una crisis a otra, hacia un futuro desconocido y problemático.

El siglo XX corto comienza con la Primera Guerra Mundial, que marcó el derrumbe de la sociedad occidental del siglo XIX, la cual era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su estructura jurídica y constitucional, burguesa por su clase hegemónica y brillante debido a los avances alcanzados en el ámbito de la ciencia, el conocimiento y la educación. Además, estaba profundamente convencida de la posición central de Europa, cuna de revoluciones científicas, artísticas, políticas e industriales, cuya economía había extendido su influencia a gran parte del mundo, cuyas ejércitos habían conquistado, cuya población había crecido formando una tercera parte de la raza humana y cuyos principales estados constituían el sistema de política mundial.

Los decenios transcurridos desde la Primera Guerra Mundial y sus cuarenta años sucesores fueron una época de catástrofes para esta sociedad, cuyos cimientos quedaron quebrantados.

En efecto, se desencadenó una crisis económica mundial de una profundidad sin precedentes que parecía poner fin a la economía mundial. Incluso los Estados Unidos, que no habían sido afectados por la guerra, parecían estar al borde del colapso. Mientras la economía se tambaleaba, las instituciones de la democracia liberal prácticamente desaparecieron entre 1917 y 1942, excepto por una pequeña franja de Europa y algunas partes de América Latina, donde avanzaban el fascismo y sus movimientos y regímenes autoritarios satélites. Solo la alianza del capitalismo y el comunismo contra el fascismo (1930 a 1940) permitió salvar la democracia, pues la victoria de Hitler sobre Alemania fue gracias al ejército rojo. Excepto por ese breve período de unión, la relación entre el capitalismo y el comunismo estuvo caracterizada por un antagonismo irreconciliable.

Ahora, el capitalismo, luego de sobrevivir al triple reto de la depresión, el fascismo y la guerra, tendría que hacer frente a la URSS, que había surgido como superpotencia luego de la Segunda Guerra Mundial.

También se debe señalar que en la tercera o cuarta parte del siglo se terminaron 7 u 8 milenios de historia humana, gracias a las guerras.

Aunque el hundimiento del socialismo fue el acontecimiento más destacado pasada la edad de oro, la crisis afectó a todo el mundo en formas y grados distintos, independientemente de sus configuraciones políticas, económicas y sociales, ya que la edad de oro había creado, por primera vez en la historia, una economía mundial universal cada vez más integrada, cuyo funcionamiento trascendía las fronteras de las ideologías estatales.

Eric Hobsbawm nombra una segunda edad de oro, pero en este caso caracterizada por el período que va desde 1947 a 1973, en el cual, para sorpresa de todos, el capitalismo presentó un crecimiento sin precedentes, tal vez anómalo. La escala y el impacto de la transformación económica, social y cultural que se produjo en esos años fue la mayor, la más rápida y decisiva que existe en el registro de la historia.

En los años setenta, los problemas se vieron solo como una pausa temporal al gran salto adelante de la economía mundial, y los sistemas económicos y políticos trataron de aplicar soluciones temporales, pero se ingresó en un período de dificultades duraderas contra las cuales los países capitalistas buscaron soluciones radicales basadas en nuevas políticas, diferentes a las utilizadas durante la edad de oro, las cuales no serían útiles en este momento.

Pero nuevamente, en el decenio de 1980 y los primeros años de los '90, se presentó un nuevo período de crisis económicas, con desempleo masivo, graves depresiones cíclicas y el enfrentamiento cada vez más fuerte de las clases bajas contra las altas; los países socialistas, en los que las economías eran frágiles y vulnerables, se vieron abocados a una ruptura que llevaría al hundimiento de la URSS, con lo cual finalizaría el siglo XX corto.

En el comienzo de los años 90, la crisis no era solo económica, sino también política. Las tensiones generadas por la economía socavaron los sistemas políticos democráticos, parlamentarios y presidencialistas, al igual que a los sistemas políticos del Tercer Mundo, los Estados-nación, los cuales resultaron desgarrados por las fuerzas de la economía transnacional y por las fuerzas infranacionales de las regiones étnico-secionalistas.

Más evidente aún era la crisis moral y social, la cual no era solo una crisis de principios de la civilización moderna, sino también de las estructuras históricas de las relaciones humanas que la sociedad moderna había heredado del pasado preindustrial y precapitalista, las cuales habían permitido su funcionamiento.

Paralelismo entre el mundo de 1914 y el mundo de los '90

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  • Se cuenta con 5 o 6 millones de seres humanos más que al comenzar la Primera Guerra Mundial.
  • El mundo es incomparablemente más rico de lo que ha sido nunca, en lo que respecta a su capacidad de producir bienes y servicios.
  • Durante algunas décadas, parecía que se había encontrado la manera de distribuir entre los países más ricos una parte de tan enorme riqueza, pero al terminar el siglo predomina de nuevo la desigualdad.
  • La humanidad es mucho más instruida que en 1914.
  • A diferencia del largo siglo XIX, el período de progreso material, intelectual y moral casi ininterrumpido, desde 1914 se ha registrado un retroceso desde los niveles que se consideraban normales en los países desarrollados y en las capas medias de la población.
  • Desde 1914, la tortura e incluso el asesinato se han convertido en elementos normales de seguridad de los estados, a pesar de haber sido abolidos en la década de 1780.

Existen tres aspectos que diferencian el mundo de finales del siglo XX con el de 1914:

  1. Ya no es eurocéntrico. A lo largo del siglo, se ha producido la decadencia y caída de Europa, que al comenzar el siglo era el centro indiscutido de poder, riqueza, inteligencia y civilización occidental.
  2. Entre 1914 y 1990, el mundo avanzó notablemente en el camino que ha de convertirlo en una única unidad operativa, lo cual era imposible en 1914. El mundo es ahora la principal unidad operativa, y las antiguas unidades, como las economías nacionales definidas por políticas de los estados territoriales, han quedado reducidas a la complejidad de las actividades transnacionales. Este estadio alcanzado en 1990 es la aldea global. La característica más destacada de finales del siglo XX es la incapacidad de las instituciones públicas y del comportamiento colectivo de los seres humanos de estar a la altura de ese acelerado proceso de mundialización.
  3. La desintegración de las antiguas pautas mediante las cuales se regían las relaciones sociales, y con ella, la ruptura de los vínculos generacionales, es decir, entre el pasado y el presente. Esto es evidente en los países más desarrollados del capitalismo accidental, en los que han alcanzado una posición preponderante los valores del individualismo absoluto. Estas tendencias existen en todas partes debido a la erosión de las sociedades y las religiones tradicionales, así como por la destrucción de las sociedades del "socialismo real".

Primera parte. La era de las catastrofes.

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Capítulo I. La época de la guerra total

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Desde hace un siglo no existe una guerra que involucre a todas las potencias o, al menos, a una parte importante de ellas. La Primera Guerra Mundial (de aquí en adelante PGM) involucró a todas las grandes potencias y a gran parte de los Estados europeos, excepto España, los Países Bajos, los Países Escandinavos y Suiza. También participaron naciones extraeuropeas como Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos, que enviaron sus tropas a tierras europeas. En 1914, se inició también lo que se llama la Era de las Matanzas, conformada por un lado por:

  • La Triple Entente: Francia, Gran Bretaña, Rusia.
  • Potencias Centrales (Triple Alianza): Alemania y Austria-Hungría.

El plan alemán era aplastar rápidamente a Francia en el oeste y, después, eliminar a Rusia antes de que el Zar organizara sus fuerzas. El plan estuvo a punto de ser exitoso; sin embargo, en el frente occidental surgieron las trincheras y fortificaciones con aires defensivos (desde el Canal de la Mancha en Flandes hasta la frontera suiza). Entre febrero y julio de 1916, los alemanes intentaron romper sin éxito la línea defensiva de Verdún, que resultó en un millón de bajas entre ambos bandos. La batalla de Verdún se considera la más larga de la Primera Guerra Mundial. Al final de la guerra, los políticos se dieron cuenta de que los votantes y los ciudadanos no soportarían otra guerra como esta, lo que gatilló la actitud de Francia e Inglaterra entre las guerras.

Al principio de la Primera Guerra Mundial, las potencias centrales manejaban la situación y, ante el avance alemán, Rusia se limitaba a la acción defensiva en retaguardia. En los Balcanes, también, el control estaba en manos de las Potencias Centrales. El plan italiano consistía en hacer frente por los Alpes contra Austria-Hungría, pero fracasó. Mientras tanto, Francia, Inglaterra y Alemania se desangraban en el frente occidental. Rusia, por su parte, se hallaba inestable por la derrota, y el Imperio austrohúngaro avanzaba en su desmembramiento.

El aporte tecnológico de esta guerra es importante, ya que los alemanes utilizaron gas tóxico, que demostró ser monstruoso e ineficaz. Los británicos fueron pioneros en el uso de vehículos blindados (tanques), pero sus generales no sabían cómo utilizarlos. Ambos frentes emplearon los nuevos pero débiles aeroplanos. La única arma tecnológica que tuvo importancia fue el submarino. Otra táctica fue provocar el hambre entre la población enemiga.

El ejército alemán, como fuerza militar, era ampliamente superior y pudo haber sido decisivo si los aliados no hubieran contado con los recursos ilimitados que les entregó Estados Unidos desde 1917. Alemania, a pesar de la gran carga que le suponía la alianza con el Imperio austrohúngaro, alcanzó la victoria en el este y logró que Rusia abandonara las hostilidades, empujándola hacia su Revolución. Entre 1917 y 1918, hizo que Rusia renunciara a gran parte de sus territorios europeos (Condiciones de paz para Rusia en el Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918).

Alemania ahora disponía de la libertad para dedicarse al frente occidental, en el cual logró romper las líneas y avanzar en París. Sin embargo, este fue el último cuerno de Alemania, exhausta, que era consciente de sus limitaciones y que, por lo tanto, estaba al borde de la derrota. Cuando los aliados empezaron a avanzar en el verano de 1918, la conclusión de la guerra era solo cuestión de semanas; en otoño de 1918, la revolución se enseñoreó de toda Europa Central y Sudoriental. Sin embargo, ninguno de los gobiernos existentes en Francia y Japón se mantuvo en el poder.

En el pasado, ninguna guerra no ideológica y no revolucionaria se había librado como una lucha a muerte o hasta el agotamiento total. En cambio, la Primera Guerra Mundial fue un conflicto en el que solo se podía contemplar la victoria total o la derrota total, ya que en ella se perseguían objetivos ilimitados. En la era imperialista, se produjo la fusión política y económica: Alemania buscaba una posición política y marítima mundial, como la poseía Inglaterra, relegándola a un puesto inferior, además de que ya había comenzado su declive. Era el todo o nada. Francia, por su parte, buscaba compensar su creciente e inevitable inferioridad demográfica y económica en comparación con Alemania.

Este objetivo era absurdo y destructivo, y causó la ruina tanto a vencedores como a vencidos, precipitó a estos últimos a la revolución y llevó a los vencedores a la bancarrota y al agotamiento material.

5 Consideraciones principales de Paz después de la PGM

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  1. Derrumbar un gran número de regímenes en Europa y la eclosión en Rusia, de un régimen bolchevique revolucionario alternativo dedicado a la subversión universal e imán de las fuerzas revolucionarias de todo el mundo.
  2. Controlar a Alemania, que después de todo había estado a punto de derrotar a toda la coalición aliada, que era la principal preocupación de Francia.
  3. Había que reestructurar y restablecer el mapa de Europa, para debilitar a Alemania o para llenar los grandes espacios vacíos que se habían dejado en Europa y en Oriente. La derrota y el hundimiento simultáneo de los imperios (ruso, austrohúngaro y turco). Este nuevo orden estaba basado en la creación de Estados nacionales étnico-lingüísticos, y en el derecho de autodeterminación de las naciones. Para el autor, este planteamiento del presidente Wilson es hecho por una persona que está alejada de la realidad étnica y lingüística de las regiones que debían ser divididas en Estados nacionales, lo cual llevó a conflictos que aún perduraron hasta finales de los años 90.
  4. La política nacional de los países vencedores (Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos) y las fricciones entre ellos: la consecuencia más importante de esto es que, ante la molestia, el Congreso de Estados Unidos se negó a ratificar el Tratado de Paz de Versalles (no quería compromisos con los bloques europeos que pudieran limitar la libertad de decisiones de Estados Unidos).
  5. Las potencias intentaron conseguir un orden mundial que evitara una nueva guerra (Liga de las Naciones).

En resumen:

  1. Auge revolucionario.
  2. Control de Alemania.
  3. Creación de estados nacionales
  4. Malas relaciones entre GB, Francia y USA.
  5. Evitar otra guerra tan violenta y tan sangrienta.

Salvar al mundo del bolchevismo y reestructurar el mapa de Europa eran dos proyectos que se superponían. La táctica inmediata para aislar la revolución de Estados anticomunistas era hacer un cordón sanitario con Finlandia, las tres nuevas repúblicas bálticas, Polonia y Rumania. El tratado de paz ampliaba Serbia para crear una nueva Yugoslavia, fusionándose con Eslovenia, que solía ser parte de Austria, Croacia (que era húngara) y Montenegro. Se constituyó Checoslovaquia, que era la fusión de los territorios checos (antiguo núcleo industrial de los Habsburgo) con las zonas rurales de Eslovaquia y Rutenia. Rumania, Polonia e Italia también se vieron beneficiadas. No obstante, todos estos matrimonios políticos tuvieron muy poca estabilidad y solidez. A Alemania se le impuso una paz con durísimas condiciones, debido a que se le culpó de ser el único país responsable de la guerra en el Tratado de Versalles. Entre las condiciones se encontraban la amputación territorial, la prohibición de contar con una fuerza aérea, la reducción de su ejército a solo cien mil hombres, la ocupación militar de la zona occidental y la privación de todas las colonias de ultramar, fuera de Alemania misma. En el mismo tratado, se creó la Sociedad de Naciones o Liga de las Naciones, que pretendía solucionar los problemas de manera pacífica y democrática, antes de que se escaparan del control, pero fue un fracaso casi total, en especial por la posterior negativa de Estados Unidos para integrarla. Dos grandes potencias, Alemania y la URSS, fueron eliminadas del escenario internacional, y Rusia Soviética se vio obligada a avanzar en el desarrollo en aislamiento. La situación internacional, tanto europea como de Extremo Oriente, era inestable, y no se creía que la paz pudiese ser duradera. Todos los partidos alemanes, desde los comunistas hasta los nacionalsocialistas, coincidían en condenar el Tratado de Versalles por el daño que se les había causado. La causa inmediata de la Segunda Guerra Mundial fue la agresión de Alemania, Japón e Italia, descontentas y vinculadas por diversos tratados desde mediados de la década de 1930. Los episodios que desencadenaron la guerra son:

  • Invasión Japonesa de Manchuria (1931)
  • Invasión Italiana a Etiopía (1935)
  • La intervención alemana e italiana en la Guerra Civil Española
  • La invasión alemana a Austria (1938)
  • La mutilación de Checoslovaquia por Alemania en 1938 y la ocupación de marzo de 1939.
  • Las exigencias alemanas frente a Polonia.

Por lo tanto, la causa inmediata de la Segunda Guerra Mundial es el quiebre de la paz. A cada una de las razones se le puede reconocer como una no acción por parte de la Sociedad de Naciones, Gran Bretaña o Francia. La Segunda Guerra comenzó en 1939 como un conflicto exclusivamente europeo. En la primavera de 1940, Alemania ya había derrotado a Noruega, Dinamarca, los Países Bajos y Francia, con gran facilidad. Como enemigo, solo le quedaba Gran Bretaña. El episodio se reanudó con la invasión a la URSS cometida por Hitler el 22 de junio de 1941, una fecha decisiva para la Segunda Guerra Mundial. Al tardar más de los tres meses contemplados por Hitler, Alemania estaba perdida, pues no tenía el sustento económico para costear una guerra más larga y sostenerla. Por lo tanto, fue obligada a rendirse en Stalingrado entre el verano de 1942 y marzo de 1943. Desde esta derrota, todo el mundo daba por hecho que la derrota de Alemania era inminente, porque la URSS invadiría Alemania en Berlín, Praga y Viena. Mientras la guerra se convertía en un conflicto mundial, debido a las agitaciones ant imperialistas en los territorios sometidos a Gran Bretaña y al vacío en Asia dejado por el triunfo de Hitler en Europa, Japón pudo apoderarse de protectorados franceses, como Indochina. Estados Unidos reaccionó a esto presionando económicamente a Japón, y Japón respondió atacando Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, entregándole al conflicto una dimensión mundial. La victoria de 1945 por parte de los aliados y del ejército ruso fue total. Los estados derrotados fueron ocupados por los vencedores y no se firmó una paz oficial, siendo lo más parecido a una negociación celebrada entre 1943 y 1945, donde las potencias aliadas (Estados Unidos, URSS y Gran Bretaña) decidieron el reparto de los despojos de la victoria.

Consecuencias: La Segunda Guerra Mundial significó el paso de la guerra masiva a la guerra total, ya que la derrota ante Alemania implicaba la esclavitud y la muerte. A partir de 1914, todos los conflictos estaban relacionados con guerras masivas; una parte importante de la sociedad participaba en ellas. Se usaron y destruyeron cantidades excesivas de productos, dado que una guerra masiva exigía una producción masiva. La guerra de la modernidad no solo debe tener en cuenta los costos, sino también dirigir y planificar la producción de guerra y toda la economía por parte del Estado. La planificación material y la asignación de recursos eran cruciales y fundamentales. La guerra total impulsó el desarrollo tecnológico, enfrentando tecnologías para lograr armas más efectivas y otros servicios, como la bomba atómica. Las guerras, en especial la Segunda, contribuyeron a difundir conocimientos técnicos y tuvieron importantes repercusiones en la organización industrial y los métodos de producción en masa, aunque sirvieron más para acelerar el cambio que para lograr una verdadera transformación.

En el caso de la URSS, el efecto económico neto de la guerra fue totalmente negativo; tanto el sector agrícola como el industrial estaban en ruinas desde 1945, y solo quedaba una vasta industria armamentística imposible de adaptar a otros usos que no fuera la guerra. En cambio, para Estados Unidos, la guerra tuvo un impacto favorable, ya que en ambos conflictos alcanzó un alto índice de crecimiento y se benefició de su alejamiento de la lucha, de su condición de arsenal de los aliados y de la capacidad de su economía para organizar la expansión de la producción. El resto del mundo se repartió entre las dos potencias (Estados Unidos y URSS).

Entre 1914 y 1935, para Hobsbawm, surge la impersonalidad de la guerra: se toman decisiones de forma remota, basadas en el sistema y en la rutina; por ello, se denomina la guerra de los 31 años.

Capítulo II. La revolución mundial

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La revolución fue hija de las guerras del siglo XX. La revolución rusa es un acontecimiento crucial para la historia del siglo XX. Hobsbawm la ve como un siglo XX corto, que coincide con el ciclo vital del Estado que surgió en la Revolución de Octubre. La revolución rusa originó el movimiento de mayor alcance que ha conocido la historia moderna. En 1917, Europa era una gran cantidad de pólvora de explosivos sociales, donde la detonación podía ocurrir en cualquier momento. Rusia, que ya estaba preparada para una revolución social desde 1870, cansada de la guerra y al borde de la derrota, capaz de derrotar al zarismo, fue la primera de los regímenes de Europa Central y Oriental en hundirse bajo el peso de la Primera Guerra Mundial. La explosión se esperaba, pero nadie sabía cuándo. Sin embargo, también se daba por hecho que la revolución rusa no podía ser y que no sería socialista. No se daban las condiciones para esa transformación en un país agrario marcado por la pobreza, la ignorancia y el atraso: donde el proletariado industrial quería enterrar al capitalismo. Según Marx, esa preparación era nula. Pero tampoco estaba preparada para una revolución burguesa liberal. Existían dos posibilidades: que se instaurara en Rusia un régimen burgués-liberal con el levantamiento de los campesinos y los obreros bajo la dirección de unos partidos revolucionarios, o que las fuerzas revolucionarias fueran más allá de la fase burguesa-liberal y se acercaran a una revolución permanente y más radical. Bastaron solo cuatro días de anarquía y manifestaciones espontáneas en las calles para derrocar el régimen. El éxito de Lenin consistió en pasar de ese levantamiento incontrolable y anárquico al poder bolchevique. Lo que sobrevino no fue una Rusia liberal y constitucional occidentalizada, decidida a combatir a Alemania, sino un vacío revolucionario, un gobierno provisional impotente y una multitud de soviets (o consejos populares): “todo el poder para los soviets”. El lema “pan, paz y tierra” suscitó el apoyo de quienes lo propugnaban, especialmente de los bolcheviques de Lenin. En cambio, el gobierno provisional y sus seguidores fracasaron al no reconocer su incapacidad para conseguir que Rusia obedeciera sus leyes y decretos. En junio del mismo año, el gobierno provisional insistió en reanudar la ofensiva militar; por lo tanto, el ejército se negó y los soldados-campesinos regresaron a sus aldeas. El gobierno provisional, al que ya nadie defendía, se disolvió con tanta facilidad que los bolcheviques no necesitaron tomar el poder, sino simplemente ocuparlo. Hubo dos revoluciones: la caída del régimen zarista y la de octubre, en la que se crea el primer Estado comunista. La revolución sobrevivió por tres razones:

  1. Partido Comunista organizado, centralizado, disciplinado y enorme.
  2. Era el único gobierno que mantendría a Rusa unida como Estado.
  3. Los campesinos veían que las tierras quedarían en su poder si se quedaban en el lado de los “rojos” del gobierno.

El contenido social de la revolución era vago. En 1920, los bolcheviques dividieron el movimiento comunista internacional, estructurándolo como un nuevo movimiento comunista internacional, una especie de élite de revolucionarios profesionales con plena dedicación. Los integrantes del PC ruso desconocían cómo se difundiría la revolución al resto del mundo; tras la estabilización en Europa y la derrota en Asia, los intentos de organizar una insurrección armada fracasaron por completo. La revolución social mundial pretendía apoyar y participar en la guerra. En las generaciones posteriores a 1917, el bolchevismo absorbió todas las demás tradiciones social-revolucionarias o las marginó, tildándolas de radicales. Ser un revolucionario social significaba ser seguidor de Lenin y de la Revolución de Octubre, y ser miembro de alguno de los partidos comunistas alineados en Moscú. La segunda oleada de revolución social mundial surgió en la Segunda Guerra Mundial, al igual que la primera oleada surgió en la Primera Guerra Mundial, pero en esa segunda ocasión, la participación en la guerra y no su rechazo fue lo que los llevó al poder.

Capítulo III. El abismo económico

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La mundialización de la economía parecía interrumpida; se hablaba de una economía estancada o retrasada. La primera crisis después de la guerra consistió en que el ahorro privado se esfumó, provocando una falta total o casi total de capital circulante para las empresas, lo que dio origen a la inflación en 1922-1923. Una gran dependencia de los países europeos, especialmente Alemania, de créditos extranjeros para la reconstrucción de sus territorios tras la Primera Guerra Mundial, llevó a una inmensa vulnerabilidad. En 1924, la situación volvió a la calma y se reanudó el crecimiento económico mundial.

El 29 de octubre de 1929, el crack de la bolsa de Nueva York afectó rápidamente a Alemania y al resto de los países del mundo. Incluso en países agrario-coloniales, donde se podía vivir algo mejor, los precios del trigo, azúcar, harina, arroz, té, etc., bajaron a tal nivel que perjudicaron notablemente esas regiones, generando desempleo. Surgieron tácticas de proteccionismo agrícola, pero la Gran Depresión desterró el liberalismo económico durante medio siglo. Mientras la URSS estaba en un proceso de industrialización acelerada, no había desempleo. Estados Unidos entró en la guerra como deudor y salió de ella siendo acreedor. En 1913, Estados Unidos era la mayor economía del mundo, pero no la de mayor influencia. En los años 20, fue el principal exportador y, después de Gran Bretaña, el principal importador. Gran Bretaña y Francia debían a Estados Unidos la mitad de su renta anual y dos tercios, respectivamente. En 1932, se interrumpieron los pagos, tanto por parte de los aliados como de Alemania; finalmente, solo Finlandia pagó todo lo que debía. La guerra, la posguerra y los problemas políticos en Europa explican solo una parte del hundimiento económico europeo; existen más razones:

  1. El desequilibrio de la economía mundial. USA no necesitaba del resto del mundo, excepto por algunas materias primas, por lo tanto, no se hizo responsable de la economía mundial, sin embargo si lo hizo GB cuando estuvo en la posición de USA.
  2. La economía mundial era incapaz de generar una demanda que sustentara la expansión, se estancaron los salarios, y el sector acomodado fue el más favorecido, no había equilibrio entre la oferta y la demanda, y tampoco en la productividad del sistema industrial (empresas como Ford), dando origen a una sobreproducción y especulación que llevó al colapso.

Consecuencias de la depresión económica: Políticas: Ante la crisis económica, cualquier gobierno, independientemente del partido que ejerciera el poder, estaba desestabilizado. La depresión económica sacó al Partido Comunista de la Unión Soviética; el retroceso de la izquierda no se limitó solo a la caída del comunismo, sino que también afectó al socialismo europeo, que se encontraba en una situación difícil. Fuera de Europa, se dio un giro hacia la izquierda. En Latinoamérica, las medidas y políticas se orientaron hacia la izquierda, aunque fuera por breve tiempo. En el mundo colonial, la crisis intensificó los movimientos antiimperialistas, debido a la caída de los precios en los que estaban basadas sus economías y porque las metrópolis solo se preocupaban por sí mismas, protegiendo sus empleos y su agricultura, sin prestar atención a lo que ocurriría en sus colonias. En el mundo colonial, la depresión económica fue el inicio de un período de descontento político y social. Socialmente, no había esperanza de restablecer la economía del siglo XIX; el liberalismo y la fe ya estaban obsoletos. Por último, existían tres corrientes político-intelectuales preponderantes que luchaban por ser hegemonía.

  • Comunismo marxista especialmente por la inmunidad de la URSS por la crisis mundial
  • Capitalismo reformado, ya que el liberalismo como sistema económico era incapaz de sobrevivir
  • Fascismo se vio fortalecido con la depresión y ya era en este tiempo un fenómeno mundial

Capítulo IV. La caída del liberalismo

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De todos los fenómenos de la era de las catástrofes, el más importante es la caída y hundimiento de los valores e instituciones de la civilización liberal. Los valores implicaban el rechazo a la dictadura y al gobierno autoritario, promover el respeto por la Constitución, la razón como valor del Estado y de la sociedad, el debate, la educación, la ciencia y el perfeccionamiento de la condición humana. Estos valores parecían ser parte y progreso de la vida política, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial; casi todos los regímenes de la posguerra, excepto Rusia, eran parlamentarios representativos. Hasta el apogeo de las potencias del Este en 1933, se registró un proceso cada vez más acelerado en las instituciones políticas liberales. Durante el período entre guerras no hubo cambios precisos, sino aproximaciones tanto a la izquierda como a la derecha. El resto del planeta seguía siendo colonia de algún lugar, por lo tanto, alejado del liberalismo, el cual alcanza su punto de retroceso cúlmine cuando Hitler se convierte en Canciller (1933). Tras esto, la amenaza a las instituciones liberales proviene de la derecha. Hasta esa fecha, el término totalitarismo se aplicaba solo a los regímenes comunistas, pero a partir de ahora servirá para todos los sectores. Los movimientos socialdemócratas ya no son una fuerza subversiva, y los movimientos obreros son minoría. Ahora, los movimientos y el peligro provienen de la derecha, que no solo constituye una amenaza para mantener el gobierno constitucional, sino también para la civilización de aquel entonces. El término fascismo es adecuado, pero insuficiente. Las fuerzas que derrocaron el liberalismo son de tres tipos: en primer lugar, todas se asemejan en que son contrarias a la revolución social, y su origen es una reacción contra la subversión del viejo orden social; tienden a favorecer y privilegiar al ejército y a la policía, que pueden ejercer la coerción física en contra de la subversión. Todos son nacionalistas, resentidos por las guerras y las derrotas, y por no haber logrado la formación de un imperio. Las diferencias son:

  • Autoritarios/conservadores: carecen de una ideología concreta, más allá del anticomunismo en el que coinciden y en los prejuicios, se encontraron como alianza ante la coyuntura del período entre guerras.
  • Estados orgánicos: Más que defender el orden tradicional y ser conservadores, son una forma de resistencia al individualismo liberal y al desafío que plantea el movimiento obrero y el socialismo. Siente una nostalgia ideológica de la edad media, donde se reconocía la diferencia de clases y de los grupos económicos, mediante la jerarquía social, y el hecho de que cada grupo social desempeñaba una función, y ninguna más.

Teorías corporativistas. Si bien existían diferencias entre los grupos, no hay una distinción clara, ya que comparten a los mismos enemigos. La Iglesia Católica, por su hostilidad a los estados laicos con pretensiones totalitarias, debía ser considerada como adversaria del fascismo, pero la doctrina del Estado corporativo alcanzó su máxima expresión en los países católicos. El nexo entre el fascismo, la Iglesia y los estados corporativos es el odio común a la Ilustración del siglo XVIII, a la Revolución Francesa y a lo que ésta originó: la democracia, el liberalismo y el comunismo ateo.

Capítulo V. Contra el enemigo común

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Se muestra cómo nacen las encuestas de opinión pública y cómo el presidente Franklin D. Roosevelt las utilizó a la hora de definir el papel de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, haciendo ver que dos bloques antagónicos como Estados Unidos y la URSS se unieron por primera vez frente a un enemigo común: Adolf Hitler. En esta época de los años 30, el equilibrio era muy frágil, surgiendo una serie de fricciones entre la mayoría de los países occidentales, fascistas como Hitler y Mussolini, que acusaban a las democracias liberales de debilidad e incapaces de actuar unilateralmente contra ellos, y los antifascistas, que consideraban: «El fascismo significa la guerra».

También se menciona en el capítulo cómo el antifascismo, por tanto, organizó a los enemigos tradicionales de la derecha en su torno. Esto se debió a la hostilidad de los nazis hacia la libertad académica en las universidades alemanas, donde casi una tercera parte de sus profesores renunciaron. Otro factor importante fue la guerra civil española, que aunque terminó con la victoria del general Francisco Franco, no fue un buen presagio contra el fascismo, sino que anticipó y preparó la estructura de las fuerzas aliadas pocos años después.

Sin embargo, el sueño de la cooperación soviético-estadounidense en la posguerra no funcionó después de ese suceso bélico. Al final, aunque los comunistas trataron de establecer una mejor relación con Estados Unidos, se tuvieron que conformar con el apoyo de los regímenes revolucionarios en las zonas de los Balcanes, surgiendo un nuevo conflicto llamado "Guerra Fría".

Capítulo VI. Las artes, 1914-1945

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Este capítulo es muy interesante en cómo Hobsbawm explica que las expresiones del arte eran una respuesta a los cataclismos y explicaban el desastre del mundo. Para el autor, el término “Vanguardia” era algo amplio, ambiguo y muy poco definido. ¿Por qué para Hobsbawm el término “vanguardia” era algo ambiguo y muy poco definido? Argumenta que los tonos utilizados en las expresiones de arte eran depresivos, no esperanzadores, satíricos, irónicos y apocalípticos.

Hobsbawm hace un recorrido panorámico por las diferentes expresiones pictóricas, como el expresionismo, cubismo, futurismo y la abstracción. De igual forma, sobre las esculturas, menciona algunas: constructivismo, dadaísmo, surrealismo. En la literatura existe el cubismo literario, y en la música se desarrolla la ópera y la danza, en la cual la última es la fusión estética y de textos de vanguardia. Además, Satie fusionó el ballet y sirvió para difundir el arte de vanguardia.

En cuanto al cine, se desarrolla el cine mudo, debido a los recursos técnicos, y el cine era para las minorías. Salvo la música, como el jazz, y el cine, las corrientes vanguardistas nunca fueron del gusto de la gente y tuvieron que hacerse valer entre las minorías intelectuales. No era el gusto para la población general, además por la falta de recursos económicos.

Mientras que la arquitectura mantuvo su estilo clásico hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, las expresiones de arte desarrolladas entre 1914 y 1945 por los vanguardistas siempre se inclinaron por los movimientos de izquierda, aunque los vanguardistas nunca fueron comprendidos por sus propios movimientos.

Capítulo VII. El fin de los imperios

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En este último capítulo de la primera parte del libro *El Siglo XX* de Eric Hobsbawm, se nos muestran las causas que motivaron el fin de los imperios, puesto que el mundo europeo logró durante el siglo XIX conquistar territorios africanos y asiáticos. La idea de progreso humano llegó a definir la gran discusión sobre el término “tercer mundo”, llamado a la modernización. A principios del siglo XXI, aún se consideraba a los países del tercer mundo como países en vías de desarrollo y países subdesarrollados; hoy en día se han ido contrarrestando esos términos. Lo acontecido en la Primera Guerra Mundial llegó a provocar en Europa la caída de las monarquías absolutistas que venían de siglos atrás. Las potencias que ganaron la Gran Guerra parecían incapaces de superar las adversidades políticas y económicas a consecuencia de los cambios sociales que dejó la guerra. La economía del continente se desplazó principalmente hacia Estados Unidos y Japón.

Segunda parte. La edad de oro

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Capítulo VIII. La guerra fría

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Capítulo IX. Los años dorados

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Capítulo X. La revolución social, 1945-1990

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Este capítulo habla de la revolución social del siglo XX, entendiendo este concepto como un cambio en las estructuras sociales de una sociedad. El resultado de estos fenómenos pretende provocar un antes y un después en el concepto de sociedad, lo que a su vez modificaría, por consecuencia, un despertar de la humanidad en lo que se refiere a cultura, política y economía del planeta.

Las transformaciones en la sociedad a partir de esos años han sido vertiginosas, y aún más después de los años 50 del siglo XX, identificando en este sentido a los países europeos y de América del Norte, así como la universalidad del hecho en la actualidad. Incluso se dice que en el planeta los cambios fueron repentinos.

Así, la vida en el campo experimentó profundas transformaciones, con la llegada a este sector de maquinaria moderna; la mano de obra en el campo se redujo y empezó la emigración de grandes sectores de obreros del campo a las ciudades. Esto fue especialmente masivo en los países de Europa y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial.

La transformación afecta en gran medida las formas de producción, ya que donde existieron grandes plantaciones de frutos hoy se levantan grandes centros comerciales o carreteras, y la vida campesina disminuye. Algunas estadísticas reflejan esta realidad; en Alemania y Estados Unidos, la población en los campos se redujo al 25 %, mientras que en América esa población se redujo a más de la mitad entre los años 70 y 80. Como consecuencia de esto, podríamos decir que el mundo se urbanizó. Por otra parte, los mismos campesinos, medianos agricultores, produjeron otro fenómeno en Europa y Norteamérica, comenzando a contratar mano de obra barata proveniente de migrantes de países en vías de desarrollo, y utilizando todos los adelantos tecnológicos a su alcance en los campos. Debido a la salida de sectores campesinos a las ciudades, se produce la saturación de las calles, con miles de automóviles, lo que denota un cambio en la población rural.

Universalmente surgieron cambios, fundamentalmente en la cultura y en la educación. La enseñanza y la alfabetización en numerosos Estados eran el anhelo de estos, y a finales de los años 80 se podía observar que los países más desamparados confesaban tener más de la mitad de su población analfabeta, como por ejemplo en África, donde sólo el 20 % de la población sabía leer y escribir. Sin duda, en estos lugares se lograron mayores avances, produciéndose grandes demandas y una participación creciente en todos los niveles educativos. En otros países de Europa también empezaron a mostrar una gran participación de los estudiantes en la vida universitaria; el 20 % de los jóvenes de entre 20 y 24 años estudiaba en algún centro de enseñanza formal. En América del Sur, este fenómeno empezó más tarde, pero surgió en paralelo con los grandes movimientos de trabajadores organizados durante los años 60 y 70. Así, grandes masas de estudiantes tuvieron una notable participación en el ámbito político, cultural y social de la época.

Otro fenómeno en relación con la educación, en los años 60, era que la inmensa mayoría de las universidades eran públicas. Es así como nacieron las ciudades universitarias, que sin duda produjeron grandes cambios sociales y políticos. En la mayoría de los países del mundo, salvo en los países pobres o desamparados, el ingreso de estos sectores a la vida pública y su relación con las masas de trabajadores y los partidos políticos hicieron que, al menos en América del Sur, estos fenómenos se expresaran en los cambios nacientes de los años 60 y 70. Fue en ese período donde participaron decididamente los jóvenes, en los años 70 y 80, por ejemplo, enfrentando y combatiendo abiertamente un proceso de dictadura, como ocurrió en Chile. También se dieron rebeliones estudiantiles y el nexo con las grandes huelgas por las reivindicaciones laborales y salariales de los obreros.

La clase trabajadora industrial durante los años 80 empezó a manifestar una franca decadencia, esto a pesar de la expansión de las industrias durante los años 60 y 70 y de la eliminación de la mano de obra y la llegada de la industrialización en la economía. Estados Unidos fue la excepción, pues esta decadencia no fue notoria y no se produjeron grandes desajustes en la relación con la fuerza de trabajo. Durante los años 80 ocurrió el fenómeno de la industrialización masiva que experimentó Japón, hasta fines de esa década. En los años 90 y hasta la fecha, comienza el renacer de las industrias y el comercio en relación con la tecnología. Nuevamente surge el grave problema de la supresión de la mano de obra, pues las máquinas reemplazan la mano de obra y sólo pueden sobrevivir trabajadores calificados. Así, surgen nuevos fenómenos en la migración de grandes sectores de trabajadores con algún grado de calificación que llegaban a los países industrializados, como Estados Unidos y Europa, lo que en muchos casos produjo segregación racial. Por otra parte, los sectores de profesionales medios con mejores ingresos empiezan a presionar el mercado. Con la introducción de la tecnología surge la televisión y la era de la electrónica, aumentan el poder adquisitivo y, por ende, el consumismo en grandes sectores de las poblaciones acomodadas, y todavía los sectores medios participan de este consumismo. Estos nuevos consumidores, hijos de proletarios, jamás habrían pensado en participar de ese consumo, ya que en su época anterior el dinero se gastaba para cubrir las necesidades básicas.

Un cambio importante que afectó de diversas formas a grandes sectores de la humanidad fue el rol que pasó a desempeñar la mujer en la sociedad. La principal importancia se encuentra en la ocupación de puestos de trabajo, inicialmente en niveles medios, como por ejemplo cuidado de enfermos, centrales telefónicas, etc. Posteriormente, fueron preferidas por los centros productivos en la mano de obra por ser más barata y presentar menores problemas de rebeldía por parte de los empleadores. En lo que se refiere a la educación, a partir de los años 70, la mujer pasó de manera impresionante a integrarse en todos los niveles educativos y, hasta la fecha, este movimiento de emancipación de género no ha cesado, pues ya son lejanos en la gran mayoría del mundo los tiempos en que la mujer era segregada de todas las esferas de la vida en la mayoría de los países. En los años 90, la mujer empezó a participar en política, a asumir cargos de responsabilidad y a ocupar puestos directivos y de toma de decisiones en diversas esferas.

Capítulo XI. La revolución cultural

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Eric Hobsbawm, a través de este capítulo, nos habla de qué es la revolución cultural, dónde se ven principalmente sus efectos, los agentes principales, así como las consecuencias en el mundo. Indudablemente, este historiador muestra cómo la cultura tiene una consecuencia determinante sobre la estructura económica y social y explica la crisis del sistema capitalista a través de la transformación suscitada durante la segunda mitad del siglo XX. Las explicaciones son muy completas y complejas, y considera mayormente a la “nueva cultura juvenil” como la precursora de la revolución.

Para observar lo que estaba sucediendo en el siglo XX, el autor nos dice que es a través de la familia y las relaciones entre las distintas generaciones que conviven socialmente que podemos observar los cambios. Antes de mediados del siglo XX, y especialmente en el XIX, las características básicas de la familia permanecieron prácticamente intactas y uniformes en el mundo, aún cuando no se puedan ignorar las diferencias entre culturas. Sin embargo, así como se podía hablar de una cierta estabilidad de la familia, a mediados del siglo XX esa estabilidad se vio interrumpida por una “nueva” actitud ante la sexualidad y las relaciones de género. Tanto los divorcios como la soltería, los índices de natalidad se vieron alterados considerablemente, y las leyes que se fueron modificando tan solo reflejaban el clima de relajación sexual, incitado por los jóvenes.

La relación entre las distintas generaciones que coexistían en ese tiempo fue marcando este proceso de cambio. La juventud dejó de verse como una etapa transitoria; el joven se convirtió en un agente de cambio social y en una víctima para el mercado de consumo, viendo nacer una nueva cultura juvenil global, ya que eran los Estados Unidos, a través de la moda y sus productos, los que se imponían en el mercado mundial. La juventud pasó a concebirse como la cumbre del desarrollo humano, y realmente muchas de sus inquietudes encontraron su escenario en la historia mundial, y no solamente como luchadores sociales, sino que, al concentrar mayor poder adquisitivo, su poder aumentó, y su nacimiento junto con la tecnología les dio ventaja, creando un abismo generacional que los llevó a romper con parte de la herencia cultural de sus padres e imponer una nueva forma de vida.

Estos cambios en relación con la familia y, sobre todo, con los jóvenes, son lo que propone Hobsbawm como la fuente de la revolución cultural, definiéndola como populista e iconoclasta. En este sentido, la identificación de la juventud con “lo popular” fue un fenómeno vivido en Occidente, donde, en la búsqueda por romper con la generación de los padres y acudir en busca de nuevas formas, se dio en la imagen de las clases medias bajas de la ciudad o, al menos, de su concepción de las mismas, lo que les proporcionó un modelo aceptable y un nuevo lenguaje, reflejado en la música, la comunicación, el vestido, etc. En su carácter iconoclasta, se produjo una profunda transformación en aquello que antes solo se manifestaba en lo privado, pero que ahora, a manera de trasgresión, pasaría a ser público. La intención era liberarse de cualquier atadura social, personal y familiar; y por eso las drogas y el sexo fueron tan concurridos, no en nombre de grandes ideales, sino por una razón meramente hedonista e individualista. Lo que parecían luchas por una causa social se inmiscuían en el clamor de la liberalización personal ante cualquier norma impuesta.

Hobsbawm nos dice que la revolución cultural es el triunfo del individuo sobre la sociedad, pero como también anota, esto no se vive en todo el mundo, pues la familia y los tejidos sociales en el Tercer Mundo siguieron vigentes, aunque sí se vieron afectados por esta revolución que, en muchos sentidos, propagaba el individualismo desde la política, la economía, la religión y el arte. La crítica a los valores tradicionales y el incansable intento de romper con ello han conducido al mundo a una desintegración y deconstrucción del antiguo orden y código de valores. Y en este contexto, es que el sistema capitalista vio su fin próximo, aunque también la oportunidad para perpetuarse de forma más salvaje, a través de la imposición del libre mercado. Aun, el capitalismo, por más que sea fácil criticarlo, requería de una cultura con normas y principios basados en el trabajo, la lealtad, la responsabilidad y la familia. La dirección tomada por la revolución cultural habría de terminar con esto y propiciar una ruptura total del sistema que le había visto nacer. El neoliberalismo es, por tanto, una “deformación” del capitalismo que poco a poco ha permeado también en el Tercer Mundo y provocado la confrontación de los ideales de la revolución cultural, abriendo el escenario para nuevas formas de entender y concebir la realidad.

Capítulo XII. El tercer mundo

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Hobsbawm se centra en la descolonización, que aumentó el número de estados asiáticos y africanos. Desde 1900, han surgido más naciones que en los siglos anteriores, y en revoluciones sociales como la mexicana o la cubana, solo por mencionar algunas, estas transformaron drásticamente sus países. Con ellas surgieron muchos nuevos gobiernos donde frases como la del presidente Abraham Lincoln, «gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo», fueron utilizadas para crear regímenes militares. Aunque no fue así en todos los casos, también hubo otros países del Tercer Mundo que lograron incorporarse al Primer Mundo, como los cuatro «tigres del Pacífico» (Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur), paradigmas de industrialización y democracia.

Capítulo XIII. El «socialismo real»

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Tercera parte. El derrumbamiento

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Capítulo XIV. Las décadas de crisis

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I La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis.

Durante muchos años, los problemas económicos siguieron siendo “recesiones”. No se había superado todavía el tabú de mediados de siglo sobre el uso de los términos “depresión” o “crisis”, que recordaban la era de las catástrofes.

Los controles de almacén informatizados, la mejora de las comunicaciones y la mayor rapidez de los transportes redujeron la importancia del “ciclo de stock” [inventory cycle] de la vieja producción en masa, que creaba grandes reservas de mercancías para el caso de que fuesen necesarias en los momentos de expansión, y las frenaba en seco en épocas de contracción, mientras se saldaban los stocks.

La edad de oro finalizó en 1973-1975 con algo muy parecido a la clásica depresión cíclica.

El comercio internacional de productos manufacturados, motor del crecimiento mundial, continuó, e incluso se aceleró, en los prósperos años ochenta, a un nivel comparable al de la edad de oro.

En África, Asia occidental y América Latina, el crecimiento del PIB se estancó.

No sucedió lo mismo en Oriente. Nada resulta más sorprendente que el contraste entre la desintegración de las economías de la zona soviética y el crecimiento espectacular de la economía china en el mismo período.

La reaparición de los pobres sin hogar formaba parte del gran crecimiento de las desigualdades sociales y económicas de la nueva era.

En las décadas de crisis, la desigualdad creció inexorablemente en los países de las “economías desarrolladas de mercado”, en especial desde el momento en que el aumento casi automático de los ingresos reales, al que estaban acostumbradas las clases trabajadoras en la edad de oro, llegó a su fin. Aumentaron los extremos de pobreza y riqueza, así como el margen de la distribución de las rentas en la zona intermedia.

Entre 1990 y 1993, no se intentaba negar que incluso el mundo capitalista desarrollado estaba en depresión.

Las décadas de crisis fueron la época en la que el Estado nacional perdió sus poderes económicos.

El Premio Nobel de Economía Friedrich von Hayek, y otro defensor militante del ultraliberalismo económico, Milton Friedman, aparecieron en escena.

¿Quién, por ejemplo, había pensado en la imprevisible combinación de estancamiento económico y precios en rápido aumento, para la cual hubo que inventar en los años setenta el término de “estanflación”?

Los keynesianos afirmaban que los salarios altos, el pleno empleo y el Estado de bienestar creaban la demanda del consumidor que alentaba la expansión, y que bombear más demanda en la economía era la mejor manera de afrontar las depresiones económicas. Los neoliberales aducían que la economía y la política de la edad de oro dificultaban, tanto al gobierno como a las empresas privadas, el control de la inflación y el recorte de los costes, que habían de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento en una economía capitalista. En cualquier caso, sostenían, la “mano oculta” del libre mercado de Adam Smith produciría con certeza un mayor crecimiento de la “riqueza de las naciones” y una mejor distribución posible de la riqueza y la renta; afirmación que los keynesianos negaban. En ambos casos, la economía racionalizaba un compromiso ideológico, una visión a priori de la sociedad humana.

A principios de los noventa, el sistema político italiano se vino abajo porque los votantes se rebelaron contra su corrupción endémica.

La mundialización de la economía que se produjo a partir de 1970.

Sin embargo, la simple fe en que la empresa era buena y el gobierno malo (en palabras del presidente Reagan, “el gobierno no es la solución, sino el problema”) no constituía una política económica alternativa. Ni podía serlo en un mundo en el cual, incluso en los Estados Unidos “reaganianos”, el gasto del gobierno central representaba casi un cuarto del PNB, y en los países desarrollados de la Europa comunista, casi el 40 %.

En cualquier caso, la mayoría de los gobiernos neoliberales se vieron obligados a gestionar y a dirigir sus economías, aun cuando pretendiesen que se limitaban a estimular las fuerzas del mercado.

Así ocurrió que los regímenes más profundamente comprometidos con la economía del laissez-faire resultaron, algunas veces, ser particularmente nacionalistas y desconfiados ante el mundo exterior, especialmente en EE. UU. durante el mandato de Reagan y en el Reino Unido de Thatcher.

El auge de los nuevos países industrializados fue sorprendente: a mediados de los ochenta.

Pero incluso los países preindustriales o de industrialización incipiente estaban gobernados por la implacable lógica.

II La combinación de depresión y de una economía estructurada en bloque para expulsar trabajo humano creó una sorda tensión que impregnó la política de las décadas de crisis. Una generación entera se había acostumbrado al pleno empleo, o a confiar en que pronto podría encontrar un trabajo adecuado en alguna parte.

Además, desde 1970, muchos de sus partidarios (especialmente jóvenes y/o de clase media) abandonaron los principales partidos de la izquierda para sumarse a movimientos de carácter más específico, especialmente los ecologistas, feministas y otros de los llamados “nuevos movimientos sociales”, con lo cual aquellos se debilitaron.

La importancia de estos movimientos no reside tanto en su contenido positivo como en su rechazo de la “vieja política”.

En resumen, durante las décadas de crisis, las estructuras políticas de los países capitalistas democráticos, hasta entonces estables, comenzaron a desmoronarse. Y las nuevas fuerzas políticas que mostraron un mayor potencial de crecimiento eran aquellas que combinaban una demagogia populista con fuertes liderazgos personales y la hostilidad hacia los extranjeros. Los supervivientes de la era de entreguerras tenían razones para sentirse desanimados.

III También fue alrededor de 1970 cuando empezó a producirse una crisis similar, desapercibida al principio, que comenzó a afectar al “segundo mundo” de las economías de planificación centralizada.

La entrada masiva de la Unión Soviética en el mercado internacional de cereales y el impacto de las crisis petrolíferas de los años 60 representaron el fin del “campo socialista” como una economía regional autónoma, protegida de los caprichos de la economía mundial.

Lo que muchos reformistas del mundo socialista hubieran querido era transformar el comunismo en algo parecido a la socialdemocracia occidental. Su modelo era más bien Estocolmo que Los Ángeles.

En ambos casos, las familias eran cada vez más pequeñas, los matrimonios se rompían con mayor facilidad que en otras partes, y la población de los Estados —o, en cualquier caso, la de sus regiones más urbanizadas e industrializadas— se reproducía poco. En ambos también se debilitó el arraigo de las religiones occidentales tradicionales. La paradoja del comunismo en el poder es que resultó ser conservador.

IV A comienzos de los años 80 se produjo un momento de pánico cuando, empezando por México, los países latinoamericanos con mayor deuda no pudieron seguir pagando, y el sistema bancario occidental estuvo al borde del colapso, puesto que en 1970 (cuando los petrodólares fluían sin cesar en busca de inversiones) algunos de los bancos más importantes habían prestado su dinero con tal descuido que ahora se encontraban técnicamente en quiebra.

Mientras las deudas de los Estados pobres aumentaban, no lo hacían sus activos, reales o potenciales.

La economía mundial transnacional, crecientemente integrada, no se olvidó totalmente de las zonas proscritas.

El principal factor de las décadas de crisis fue, pues, el ensanchamiento de la brecha entre los países ricos y los países pobres.

V En la medida en que la economía transnacional consolidaba su dominio mundial, iba minando una gran y, desde 1945, prácticamente universal institución: el Estado-nación, puesto que tales estados no podían controlar más que una parte cada vez menor de sus asuntos.

La desaparición de las superpotencias que podían controlar, en cierta medida, a sus estados satélites vino a reforzar esta tendencia.

Durante el apogeo de los teólogos del mercado libre, el Estado también se vio afectado por la tendencia a desmantelar actividades hasta entonces realizadas por organismos públicos, dejándolas en manos del mercado.

Paradójicamente, pero quizás no sorprendentemente, a este debilitamiento del Estado-nación se le añadió una tendencia a dividir los antiguos estados territoriales en lo que pretendían ser otros más pequeños, la mayoría de ellos en respuesta a la demanda por parte de algún grupo de un monopolio étnico-lingüístico.

No obstante, el nuevo nacionalismo separatista de las décadas de crisis era un fenómeno bastante diferente del que había llevado a la creación de los Estados-nación en los siglos XIX y principios del XX. De hecho, se trataba de una combinación de tres fenómenos.

1-Era la resistencia de los estados-nación existentes a su degradación. 2-Puede describirse como el egoísmo colectivo de la riqueza, y refleja las crecientes disparidades económicas entre continentes, países y regiones. Algunos de los nacionalismos separatistas de las décadas de crisis se alimentaban de este egoísmo colectivo. 3- El tercer fenómeno tal vez corresponda a una respuesta a la “revolución cultural” de la segunda mitad del siglo: esta extraordinaria disolución de las normas, tejidos y valores sociales tradicionales, que hizo que muchos habitantes del mundo desarrollado se sintieran huérfanos y desposeídos.

La pura y simple necesidad de coordinación global multiplicó las organizaciones internacionales con mayor rapidez aún que en las décadas de crisis.

El otro instrumento de acción internacional estaba igualmente protegido contra los Estados-nación y la democracia. Se trataba de la autoridad de los organismos financieros internacionales constituidos tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente el FMI y el BM. Estos organismos, apoyados por la oligarquía de los países capitalistas más importantes, que luego formaron el “Grupo de los Siete”.

Capítulo XV. El tercer mundo y la revolución

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El tercer mundo es un término muy ambiguo, ya que se consideran países tercer mundistas a aquellos que no formaron parte de ningún bloque en la Segunda Guerra Mundial. En teoría, son países pobres y en vías de desarrollo; sin embargo, este término no está siempre bien utilizado, ya que estos países no pueden estar eternamente desarrollándose.

Capítulo XVI. El final del socialismo

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En los setenta, China estaba preocupada por su atraso económico, más evidente por el hecho de que Japón era el país capitalista con más éxito. La mayoría de los chinos creían que China era el centro y el modelo de la civilización mundial; en cambio, todos los países en los que había triunfado el comunismo, incluyendo a la URSS, se consideraban atrasados culturalmente y marginales en relación con otros centros más avanzados de civilización. China no tenía ningún sentimiento de inferioridad intelectual o cultural, ya fuera a título individual o colectivo. Este sentido de autosuficiencia fue lo que les impidió realizar algo parecido a la Restauración Meiji de Japón en 1868, donde se abrazó la modernización adoptando los modelos europeos. Esta política solo se implementó sobre las ruinas del antiguo imperio chino, guardián de la vieja civilización, y a través de una revolución social y cultural contra el sistema confuciano. El detonante social de la revolución comunista fue la pobreza y opresión del pueblo chino, es decir, de las masas trabajadoras en las grandes urbes costeras y del campesinado, que suponía el 90 % de la población, y cuya situación era peor que la de la población urbana. El elemento nacional operaba en el comunismo chino a través de los intelectuales de clase media y alta, y del sentimiento difundido entre las masas de que los bárbaros extranjeros no podían traer nada bueno ni a los individuos ni al país. A los comunistas se oponía el Partido del Kuomintang, que intentaba reconstruir a China a partir de los fragmentos del antiguo imperio, después de su caída en 1911. La base política de ambos partidos estaba en las ciudades más avanzadas del sur de China, y su dirección provenía de la misma élite ilustrada, con la diferencia de que unos se inclinaban hacia los empresarios y otros hacia los trabajadores y campesinos. Sun Yat-sen, líder del Kuomintang, consideraba que el modelo bolchevique de partido único era más apropiado que los modelos occidentales. Su sucesor, Chiang Kai-shek, nunca logró controlar por completo el país, aunque en 1927 rompió relaciones con los soviéticos y proscribió a los comunistas, cuyo principal apoyo era la pequeña clase obrera urbana.

Los comunistas emprendieron una guerra de guerrillas con apoyo campesino contra el Kuomintang, con escaso éxito. En 1934, sus ejércitos se retiraron hacia un rincón en el extremo noroeste, en la heroica Longa Marcha. Esto convirtió a Mao Tse-tung en el líder indiscutible del Partido Comunista. El Kuomintang extiendió su control por la mayor parte del país hasta la invasión japonesa de 1937. Sin embargo, el Kuomintang tenía poco atractivo para las masas por su abandono del proyecto revolucionario, por lo que no fue rival para los comunistas. Chiang contaba con el apoyo de la mayor parte de la población de la clase media urbana, pero el 90 % de los chinos estaban fuera de las ciudades. Cuando Japón intentó la conquista de China, los ejércitos del Kuomintang no pudieron evitar que tomaran las ciudades costeras, donde radicaba su fuerza. En cambio, los comunistas movilizaron una eficaz resistencia de masas a los japoneses en las zonas ocupadas. En 1949, tomaron el poder en China tras derrotar al Kuomintang en una breve guerra civil, y se convirtieron en el gobierno legítimo del país. A partir de su experiencia marxista-leninista, crearon una organización disciplinada a escala nacional, que fue bien recibida. Para la mayoría de los chinos, la revolución significaba una restauración: de la paz y el orden, del bienestar, de un sistema de gobierno que reivindicaba la dinastía Tang, de la grandeza de un imperio y de una civilización. Durante los primeros años, esto era lo que parecía obtenerse: los campesinos aumentaron la producción de cereales en más del 70 % entre 1949 y 1956; la planificación del desarrollo industrial y educativo comenzó a principios de los cincuenta. En 1956, el deterioro de las relaciones con la URSS concluyó con la ruptura de ambas en 1960, con el retiro de la ayuda técnica y material de Moscú. No obstante, esto no fue la principal causa del comienzo del calvario del pueblo, sino la colectivización de la agricultura campesina entre 1955 y 1957; el “Gran Salto Adelante” de la industria en 1958 (seguido de una hambruna en 1959-1961), y los diez años de la “Revolución Cultural” que culminaron con la muerte de Mao en 1976.

A diferencia del comunismo ruso, el chino no tenía relación directa con Marx ni con el marxismo; era un movimiento influido por octubre que llegó a Marx a través del marxismo-leninismo estalinista. En 1958, una oleada de entusiasmo industrializó a China de inmediato, saltando todas las etapas hasta un futuro en el que el comunismo se realizaría inmediatamente. Por una parte, estaban las fundiciones caseras —de baja calidad— con las que China duplicó su producción en un año; por otra, las 24 mil “comunas del pueblo” de campesinos establecidas en 1958 en apenas dos meses, donde todos los aspectos de la vida campesina estaban colectivizados, incluyendo la vida familiar, y la provisión de seis servicios básicos (comida, salud, educación, funerales, cortes de pelo y películas) reemplazó a los salarios y a los ingresos monetarios. Esto no funcionó y, en pocos meses, ante la resistencia pasiva, se abandonaron los aspectos más extremos del sistema. El rechazo de las masas a la visión romántica del sistema y la explosión de pensamiento libre mostraron la ausencia de un entusiasmo generalizado por el nuevo orden. Así, Mao aumentó su desconfianza hacia los intelectuales, máxima expresión de la cual fue la “Gran Revolución Cultural”, en la que se paralizó la educación superior y los intelectuales fueron regenerados en masa, realizando trabajos físicos obligatorios en el campo. La política maoísta era, al mismo tiempo, una forma extrema de occidentalización y una revisión parcial de los modelos tradicionales en los que se apoyaba, ya que el antiguo imperio chino se caracterizaba por la autocracia gobernante y la obediencia de los súbditos. Esto lo demuestra el hecho de que en 1956 el 84 % de los pequeños propietarios hubiera aceptado pacíficamente la colectivización. A diferencia de la URSS, la China de Mao no experimentó un proceso de urbanización masiva. Comparada con los niveles de pobreza del Tercer Mundo, China no iba mal. Al final de la era de Mao, el consumo medio de alimentos estaba un poco por encima de la media de todos los países. La esperanza de vida al nacer subió de 35 años en 1949 a 68 en 1982. La población creció de unos 540 millones a casi 950 millones entre 1949 y la muerte de Mao; en esa misma época, el porcentaje de niños escolarizados era del 90 %.

Sin embargo, era innegable que a nivel internacional China había perdido influencia a partir de la revolución, en particular en relación con sus vecinos no comunistas. Su media de crecimiento per cápita, aunque tuvo un gran aumento, era inferior a la de Japón, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán. A la muerte de Mao en 1976, el maoísmo no sobrevivió y el nuevo rumbo bajo el pragmático político Deng Xiaoping comenzó de forma inmediata. En los ochenta, se hizo evidente que algo andaba mal en todos los sistemas que se proclamaban socialistas. Desde 1970, en lugar de convertirse en uno de los gigantes del comercio mundial, la URSS parecía estar en regresión a nivel internacional; no solo se estancaba el crecimiento económico, sino que los indicadores sociales básicos, como la mortalidad, dejaban de mejorar. Esto causó más preocupación, puesto que en la mayoría de los países seguía aumentando.

En la URSS, el término nomenclatura sugería las debilidades de la egoísta burocracia del partido en la era de León Brezhnev: una combinación de incompetencia y corrupción. Con la excepción de Hungría, los intentos de reformar las economías socialistas europeas se abandonaron tras la Primavera de Praga. Los años de Brezhnev serían llamados “de estancamiento” por los reformistas, porque el régimen había dejado de hacer algo con respecto a una economía en decadencia. Las economías europeas del socialismo real y de la URSS fueron las verdaderas víctimas de la crisis que siguió a la edad de oro del capitalismo mundial, mientras que las economías de mercado, aunque debilitadas, pudieron superar las dificultades hasta los noventa. Con el alza de los precios del petróleo (1973), hizo que los enormes recursos que entraban a la URSS pospusieran la necesidad de reformas económicas y le permitieron pagar sus importaciones del mundo capitalista con la energía que exportaba. Por otra parte, los multimillonarios países de la OPEP comenzaron a otorgar créditos a los países socialistas y en vías de desarrollo a través del sistema bancario internacional, lo que provocó una crisis mundial de la deuda a principios de los ochenta, que se agudizó porque las economías socialistas eran demasiado inflexibles para emplear productivamente la afluencia de recursos. A principios de los ochenta, Europa Oriental se encontraba en una aguda crisis energética. Esto produjo escasez de comida y productos manufacturados; en esta situación, el socialismo real en Europa entró en lo que iba a ser su década final. Fue en este momento cuando Gorbachov se convirtió en el líder de la URSS. La política, tanto en su fase alta como en su fase baja, causaría el colapso euro-soviético de 1989-1991. Desde la Primavera de Praga quedó claro que los regímenes satélites comunistas habían perdido su legitimidad. Solo en Polonia se dieron las condiciones para una oposición organizada: la opinión pública estaba unida en su rechazo al régimen, aunado a un nacionalismo antirruso y católico, la Iglesia conservó su independencia y la clase obrera demostró su fuerza política con grandes huelgas. En 1980, el triunfo del Sindicato Solidaridad demostró que el régimen del Partido Comunista en Polonia llegaba a su fin, pero también que no podía ser derrocado por la agitación popular. Se esperaba una intervención rusa o que el régimen abandonara el sistema unipartidista bajo el liderazgo del partido estatal, es decir, tendría que abdicar. En 1985, un reformista, Gorbachov, llegó al poder como secretario general del Partido Comunista Soviético. Resultaba evidente para los demás gobiernos comunistas que se iban a realizar grandes cambios, aunque no estaba claro qué iban a traer. Gorbachov representaba a las clases medias cultas y capacitadas técnicamente, así como a los gestores que hacían funcionar la economía del país: profesores, técnicos, expertos y ejecutivos de varios tipos. No obstante, la respuesta de los estratos políticos e intelectuales no debe tomarse como la respuesta de la gran masa de los pueblos soviéticos. Para estos, el régimen soviético estaba legitimado y era totalmente aceptado, aunque solo fuera porque no habían conocido otro sistema. Estaban cómodos en el sistema que les proporcionaba una subsistencia garantizada y una amplia seguridad social, una sociedad igualitaria tanto social como económicamente.

Para la mayoría de los soviéticos, la era de Brezhnev no era un estancamiento, sino la etapa mejor que habían conocido. Los reformistas radicales se enfrentaron no solo a la burocracia soviética, sino también a los hombres y mujeres soviéticos. La presión para el cambio no vino del pueblo, sino de arriba. Dos condiciones permitieron a Gorbachov llegar al poder: la creciente corrupción de la cúpula del partido en la era de Brezhnev, que indignó a la parte del partido que todavía creía en su ideología; por otra parte, los estratos ilustrados y técnicos, que mantenían la economía funcionando, eran conscientes de que, sin cambios drásticos, el sistema se hundiría debido a sus debilidades, inflexibilidad e ineficacia, así como por las exigencias militares de la guerra en Afganistán, que la economía no podía soportar. El objetivo inmediato de Gorbachov era acabar con la Segunda Guerra Fría con los Estados Unidos, que estaba desangrando su economía, y este fue su mayor éxito, pues convenció a los gobiernos occidentales de que esa era la verdadera intención soviética. En la era de Gorbachov, las economías de planificación centralizada eran más racionales y flexibles mediante la introducción de precios de mercado y cálculos de pérdidas y beneficios de las empresas; todo esto para establecer un socialismo mejor que el “realmente existente”. Gorbachov inició su campaña de transformación del socialismo soviético con los dos lemas de:

Perestroika = reestructuración (económica y política). Glasnost = libertad de información.

Pronto se produjo un conflicto indisoluble entre ellas, pues lo único que hacía funcionar y podía transformar al sistema soviético era la estructura de mando del partido-estado heredada de la etapa estalinista. Pero la estructura de partido-estado era, al mismo tiempo, el mayor obstáculo para transformar el sistema que lo había creado. Por otra parte, la consecuencia lógica de la Glasnost fue desgastar la única fuerza que era capaz de actuar, pues democratizar un régimen con un modus operandi militar no mejora la eficacia. La Glasnost significaba la introducción de un sistema democrático constitucional basado en el imperio de la ley y el disfrute de las libertades civiles. Esto implicaba la separación entre partido y estado y el resurgimiento de los soviets en todos sus niveles, culminando en el Soviet Supremo, que iba a ser una asamblea legislativa soberana con contrapeso al ejecutivo. Esto era peligroso porque la reforma constitucional delimitaba el desmantelamiento de los mecanismos políticos, reemplazándolos por otros. Pero no dejaba claro las tareas de las nuevas instituciones; además, los procesos de decisión iban a ser más difíciles en una democracia que en un sistema de mando militar.

El nuevo sistema económico de la Perestroika era una legalización de pequeñas empresas privadas (cooperativas) con la decisión de permitir que quebraran las empresas estatales con pérdidas permanentes. La alternativa de los reformistas: una economía socialista de mercado con empresas autónomas, públicas, privadas y cooperativas, guiadas macroeconómicamente por el centro de decisiones económico, significaba que los reformistas querían tener las ventajas del capitalismo sin perderlas del socialismo. Lo más cercano a un modelo de transición para los reformistas de Gorbachov era la NEP de 1921-1928, que había revitalizado la agricultura, el comercio, la industria y las finanzas durante varios años después de 1921 y había saneado una economía colapsada porque confiaba en las fuerzas del mercado. Pero no había comparación entre la Rusia atrasada tecnológicamente y rural de los veinte, con la Rusia urbana e industrializada de los ochenta. La Perestroika hubiera funcionado si en 1980 Rusia hubiera seguido siendo, como China, un país con un 80 % de campesinos. Lo que condujo a la URSS hacia el abismo fue la combinación de Glasnost, que significaba la desintegración de la autoridad, y Perestroika, que conllevó a la destrucción de los viejos mecanismos que hacían funcionar la economía, sin proporcionar ninguna alternativa, y provocó el creciente deterioro del nivel de vida de los ciudadanos.

El rechazo a la corrupción de la Nomenclatura fue el motor inicial para el proceso de reforma, de modo que Gorbachov encontró apoyo para su Perestroika. En los cuadros económicos que querían mejorar la gestión de una economía estancada, no necesitaban del partido para llevar a cabo sus actividades; si la burocracia desaparecía, ellos seguirían en sus puestos, ya que eran indispensables y la burocracia no. A pesar de la corrupción del sistema de partido único, éste seguía siendo esencial en una economía basada en desórdenes. La alternativa a la autoridad del partido no sería la autoridad constitucional y democrática, sino, a corto plazo, la ausencia de autoridad. Las asambleas democráticas, como el Congreso del Pueblo y el Soviet Supremo (1989), se dieron cuenta de ello. Nadie gobernaba, o más bien, nadie obedecía ya en la Unión Soviética. Las líneas de la desintegración de la URSS ya estaban trazadas: el sistema de poder territorial autónomo, encarnado en la estructura federal del Estado, y los complejos económicos autónomos. El nacionalismo se radicalizó en 1989-1990 debido al impacto de la carrera política electoral y la lucha entre los reformistas radicales y la resistencia del Establishment.

Del viejo partido en las nuevas asambleas. Para Yeltsin —sucesor de Gorbachov— el camino al poder pasaba por la conquista de la Federación Rusa, lo que le permitiría soslayar las instituciones de la Unión gorbachoviana. Al transformar a Rusia en una república como todas las demás, Yeltsin favoreció la desintegración de la Unión, que sería suplantada por una Rusia bajo su control en 1991. La desintegración económica ayudó a acelerar la política. Con el fin de la planificación y de las órdenes del partido, ya no existía una economía nacional, y comenzó una carrera en cada comunidad que pudiera gestionarla hacia la autoprotección y la autosuficiencia o hacia los intercambios bilaterales. Como en la Francia de 1789, el colapso político siguió al llamamiento de las nuevas asambleas democráticas en 1989, al mismo tiempo que el colapso económico se hizo irreversible. Entre agosto de 1989 y el final de ese año, el poder comunista abdicó en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y la RDA (que sería anexada por la occidental), poco después en Yugoslavia y Albania. En China, el movimiento de liberalización fue aplacado por la autoridad en 1989 (matanza de Tiananmen). China, Corea del Norte y Vietnam no se vieron afectados de forma inmediata por el derrumbe soviético.

Tras la caída de los antiguos regímenes, estos fueron denunciados con mucha fuerza, pues casi nadie creía en el sistema ni sentía lealtad alguna hacia él, ni siquiera los que lo gobernaban. Tanto en Europa como en la URSS, los comunistas que se habían movido por las viejas convicciones ya eran una generación del pasado. Para la mayoría, el principio legitimador de estos estados solo era retórica oficial. Quienes gobernaban los satélites soviéticos, o bien habían perdido su fe en su propio sistema, o bien nunca la habían tenido. Cuando quedó claro que la propia URSS les abandonaba a su suerte, los reformistas intentaron negociar una transición pacífica (Polonia y Hungría) o trataron de resistir hasta que se hizo evidente que los ciudadanos ya no desobedecían (Checoslovaquia y RDA). Fueron reemplazados por hombres que antes habían representado la disidencia o la oposición y que habían organizado manifestaciones de masas que dieron la señal para la pacífica abdicación de los antiguos regímenes. Lo mismo ocurrió en la URSS, donde el colapso del Partido del Estado se prolongó hasta agosto de 1991. El fracaso de la Perestroika y el rechazo ciudadano a Gorbachov eran cada día más evidentes. La caída de los satélites europeos en 1989 y la aceptación de la reunificación alemana demostraron el colapso de la URSS como potencia internacional.

Aunque esta debacle alentó el secesionismo, la desintegración de la Unión no se debió a fuerzas nacionalistas; fue obra de la desintegración de la autoridad central, que forzó a cada región del país a mirar por sí misma y a salvar lo que pudiera de las ruinas de una economía que se deslizaba hacia el caos. En términos económicos, el sistema debía ser pulverizado mediante la privatización total y la introducción de un Mercado Libre al 100%. Sin embargo, todos fracasaron en el abordaje del problema de cómo una economía de planificación centralizada podía transformarse en una economía dinamizada por el mercado. La crisis final no fue económica sino política.

Para la totalidad del Establishment de la URSS, la idea de la ruptura era inaceptable. En el referéndum de 1991, el 76 % de los votantes estaban a favor del mantenimiento de la Unión. No obstante, la disolución del centro pareció hacer inevitable la ruptura, en parte también debido a la política de Yeltsin. Gorbachov, apoyado por las principales repúblicas, negoció un “tratado de la Unión” para preservar la existencia de un centro de poder federal, pero el Establishment lo consideró como una tumba para la Unión y, dos días antes de que entrara en vigor, sus principales miembros proclamaron que un Comité de Emergencia tomaría el poder en ausencia del presidente y secretario general. No se trataba de un golpe de Estado, sino de una proclamación de que la maquinaria de poder real se ponía en marcha con la esperanza de que la ciudadanía aceptaría la vuelta al orden y al gobierno. La mayoría de los ciudadanos y miembros de los comités de partido apoyaron “el golpe”. Pero la reafirmación simbólica de la autoridad ya no era suficiente; si bien las instituciones de la URSS se alinearon con los conspiradores, la República de Rusia gobernada por Yeltsin no lo hizo, y éste aprovechó su oportunidad para disolver y expropiar al Partido Comunista y tomar para la República Rusa los activos que quedaban de la URSS. La insinuación de Yeltsin de que las fronteras entre las repúblicas deberían renegociarse aceleró la carrera hacia la separación total. Esto puso fin a la esperanza de mantener ni siquiera una apariencia de unión, puesto que la CEI, que sucedió a la URSS, perdió muy pronto toda realidad. La destrucción de la URSS puso fin a 400 años de historia rusa y devolvió al país las dimensiones y el estatus internacional de la época anterior a Pedro el Grande (1672-1725). Dos razones sirven para explicar este fenómeno histórico. El comunismo no se basaba en la conversión de las masas, sino que era una fe para los cuadros; en palabras de Lenin, para las vanguardias. Todos los partidos comunistas en el poder eran élites minoritarias. La aceptación del comunismo por parte de las masas no dependía de sus convicciones ideológicas, sino de cómo juzgaban lo que les esperaba la vida bajo los regímenes comunistas y cuál era su situación comparada con la de otros. Incluso los cuadros de los partidos comunistas empezaron a concentrarse en la satisfacción de las necesidades ordinarias de la vida cuando el objetivo milenarista del comunismo se desplazó hacia un futuro indefinido.

Con el colapso de la URSS, el experimento del socialismo real llegó a su fin. Incluso donde sobrevivió el comunismo como ideología, se abandonó la idea de una economía única, centralizada y planificada, basada en un estado colectivizado o en una economía de propiedad totalmente cooperativa y sin mercado. El experimento soviético se diseñó no como una alternativa global al capitalismo, sino como un conjunto específico de respuestas a la situación concreta de un país grande y atrasado en una coyuntura histórica particular e irrepetible. El fracaso de la revolución en todos los demás lugares dejó sola a la URSS con su compromiso de construir un socialismo en un país donde, según el consenso universal de los marxistas en 1917, las condiciones para hacerlo no existían en absoluto. El fracaso del socialismo soviético no empaña la posibilidad de otros tipos de socialismo. La tragedia de la Revolución de Octubre radica precisamente en que sólo pudo dar lugar a este tipo de socialismo, rudo, brutal y dominante.