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Revisión actual - 23:44 4 may 2020

La metamorfosis de la pubertad

Título La metamorfosis de la pubertad
Autor Sigmund Freud
Año

Resumen del texto editar

Con el advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual infantil a su confrontación normal definitiva. La pulsión sexual era hasta entonces autoerótica; ahora halla al objeto sexual. Ahora hay una nueva meta sexual, y para alcanzarla todas las pulsiones parciales cooperan, a la par que las zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital.

La normalidad de la vida sexual es garantizada únicamente por la exacta coincidencia de las dos corrientes dirigidas al objeto y a la meta sexuales: la tierna y la sensual.

La pulsión sexual se pone ahora al servicio de la función de reproducción, se vuelve Altruista. Si se produce la irrupción de esos reordenamientos, han de sobrevenir perturbaciones patológicas de la vida sexual que han de considerarse como inhibiciones del desarrollo.

El primado de las zonas genitales y el placer previo editar

Se ha escogido como lo esencial de los procesos de la pubertad, el crecimiento de los genitales externos, al mismo tiempo, el desarrollo de los genitales internos para la gestación de un nuevo ser.

Este aparato debe ser puesto en marcha mediante estímulos, esto se logra por tres caminos: desde el mundo exterior, por excitación de las zonas erógenas; desde el interior del organismo; y desde la vida anímica. Por estos tres caminos, se provoca un estado de "excitación sexual" y se da a conocer por dos clases de signos anímicos y somáticos. El signo anímico (sentimiento de tensión); los signos corporales (alteraciones en los genitales, erección y humectación).

Un sentimiento de tensión debe conllevar el carácter de displacer. Pero siempre la tensión producida por los procesos sexuales va acompañada de placer; aún en las alteraciones preparatorias de los genitales puede reconocerse una suerte de sentimiento de satisfacción.

Tensión sexual editar

El estado de excitación sexual presenta el carácter de una tensión, la cual tiene que conllevar un carácter de displacer, pero que es experimentada como placentera. ¿Ahora de qué modo el placer sentido despierta la necesidad de un placer mayor?

Mecanismo del placer previo editar

Las zonas erógenas se conjugan para brindar, mediante su estimulación, un cierto monto de placer; de este arranca el incremento de la tensión, la cuál a su vez, tiene que ofrecer la energía motriz necesaria para llevar a su término el acto sexual. La expulsión de las sustancias genésicas es el placer último, máximo en su intensidad y diferente de los anteriores por su mecanismo. Es evocado enteramente por la descarga, un placer de satisfacción y con él se elimina temporariamente la tensión de la libido.

El placer provocado por la excitación de las zonas erógenas se designa como placer previo; y el producido por el vaciamiento de las sustancias sexuales, placer final. El placer previo es lo mismo que ya podía ofrecer la pulsión sexual infantil; el placer final es nuevo y depende de condiciones que sólo se instalan en la pubertad.

Las zonas erógenas son empleadas para posibilitar, por medio del placer previo que ellas ganan como en la vida infantil, la producción del placer de satisfacción mayor.

Peligros del placer previo editar

El peligro se presenta cuando en cualquier punto de los procesos sexuales preparatorios, el placer previo demuestra ser demasiado grande, demasiado escasa su contribución a la tensión. Falta la fuerza pulsional para que el proceso sexual siga adelante; todo el camino se abrevia, y la acción preparatoria correspondiente remplaza a la meta sexual normal.

El malogro de la función del mecanismo sexual por culpa del placer previo se evita, sobre todo, cuando ya en la vida infantil, se prefigura de algún modo el primado de las zonas genitales. Estas se comparan de manera muy similar a la época de la madurez; pasan a ser la sede de sensaciones de excitación y alteraciones preparatorias cuando se siente alguna clase de placer por la satisfacción de otras zonas erógenas, este efecto sigue careciendo de fin. Ahora notamos que, no hay grandes diferencias entre la vida sexual infantil y la madura; ya que las exteriorizaciones infantiles de la sexualidad no marcan solamente el destino de las desviaciones respecto de la vida sexual normal, sino el de su conformación normal.