El utilitarismo

Título El utilitarismo
Autor John Stuart Mill
Año 1863

Resumen

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Capítulo I. Observaciones generales

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En la ciencia las verdades particulares preceden a la teoría general; en las artes prácticas debe ser al revés: las acciones tienen un fin como motivo; las reglas de las acciones dependerán del fin al que están subordinadas.

El criterio para ver qué es correcto será el medio para determinarlo, no la consecuencia de haberlo determinado.

Imposibilidad de un intuicionismo ético.

Intuicionistas e inductivistas hablan de leyes generales necesarias, pero según unos, los principios de la moral son evidentes a priori, y según los otros, correcto e incorrecto es cuestión de experiencia.

Nadie reconoce un criterio único, pero todos lo aplican inconscientemente.

No puede darse prueba seria (“Las cuestiones relativas a los fines últimos no son susceptibles de prueba directa”). Para decir que algo es bueno hay que mostrar que es buen medio para algo sabido bueno sin prueba.

Capítulo II. Qué es el utilitarismo

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Las acciones son correctas cuando tienden a promover la felicidad (placer y ausencia de dolor), incorrectas si llevan a la infelicidad (dolor y falta de placer). El placer y el no dolor son lo único deseable como fin [Esperanza Guisán: para Mill la moral se justifica sólo cuando los deseos humanos concuerdan con sus preceptos. Viene de la tradición anglosajona, Hume. Deseo ser feliz, debo buscar la felicidad.]; las cosas deseables lo son por un placer inherente a ellas mismas o como medios para cosas ya deseables.

No es un placer animal: nuestra felicidad necesita mejores placeres, porque tenemos facultades más elevadas.

Hay placeres más deseables y valiosos que otros [EG: esta es una de las diferencias más tajantes Bentham-Mill, la aparición de la calidad de los placeres]: el que la mayoría de los que conocen ambos lo prefiere, es el mejor. El que conoce las dos prefiere el modo de existencia que usa las capacidades humanas más elevadas [EG: Bentham esto no lo vio]. Tenemos un sentimiento de dignidad (aunque no perfecta) relacionado con nuestras facultades más elevadas y es muy importante para la felicidad (difícilmente preferiremos otra cosa). “mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho.”

Si elegimos el bien más próximo (aunque sea menos valioso) es por debilidad de carácter. [EG: de que los bienes valiosos no los vemos a lo lejos, hay antecedentes hasta Hume o hasta la recomendación de phrónesis].

Utilitarismo: mayor cantidad total de felicidad [EG: hedonismo universalista, no egoísta].

Este criterio (la preferencia de los que saben) es el fin de la acción humana; entonces, es criterio de moralidad.

Objeción: felicidad es imposible: sirve igual el utilitarismo por lo de menos infelicidad, y aparte decirlo es exagerado (no es una vida de éxtasis, sino una existencia con pocos y transitorios dolores y muchos y variados placeres).

Hay insatisfacción por: egoísmo, carencia de cultura intelectual; los más de los males de la vida son salvables.

El renunciar al goce personal se justifica si contribuye al aumento de felicidad para los demás; si no, es inútil.

Bien propio y de los otros a un mismo nivel, unidos indisolublemente. La educación debe enseñar esto.

El motivo no tiene nada que ver con la moralidad de la acción, aunque sí con el mérito del agente.

Difícil que tenga que mirar a los intereses de muchos; en general busco mi felicidad y la de los que me rodean.

Objeción: es una doctrina atea: si Dios quiso la felicidad de sus criaturas, el utilitarismo es bien religioso.

[EG: “útil” es lo que da cualquier satisfacción (no sólo ventajas materiales), especialmente de tipo espiritual o moral].

Objeción: no hay tiempo para calcular: obvio, pero usamos la costumbre que fuimos adquiriendo mediante la experiencia.

El primer principio de la moralidad implica también principios subordinados; no hay obligación moral que no implique ningún principio secundario y sólo cuando éstos entran en conflicto es necesario acudir a los primeros principios.

Las excepciones son hasta cierto punto válidas debido a la complicada naturaleza del hombre.

Capítulo III. De la sanción última del principio de utilidad

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Criterio moral: sólo la moralidad establecida se presenta como obligatoria en sí misma.

Sanciones: externas (p.ej. miedo a Dios); internas (p.ej. culpa). La sanción radica siempre en el propio espíritu.

Sentimiento moral: adquirido; natural (la facultad moral puede desarrollarse, es producto natural de nuestra naturaleza)

Nadie piensa en desconsiderar completamente los intereses del otro; todos damos por sentada la colaboración.

Sanción última de la moralidad del p. utilitarista: convicción en la armonía entre mis deseos y los de los demás.

Sólo quien carece de idea de moralidad podría soportar vivir no considerando a los demás si no le conviene.

Capítulo IV. De qué tipo de prueba es susceptible el principio de utilidad

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Todos los primeros principios (del conocimiento y de la conducta) carecen de prueba mediante razonamiento.

En el conocimiento puedo apelar a mis sentidos y mi conciencia interna. ¿En la conducta también?

Sólo se puede afirmar que algo es deseable mostrando que es deseado por la gente [EG: falacia naturalista, pero, para Mill, lo deseable se confunde con lo que desean hombres moralmente desarrollados], y ésta desea la felicidad [EG: Mill quiere pasar de un hedonismo psicológico a su hedonismo universal]. La felicidad es un bien porque es un bien para cada uno y por ende para el conjunto. [EG: Falacia de la composición, pero para Mill el hombre es capaz de sufrir o gozar con el mal o el bien del otro. Aislándose perdería el goce comunicativo].

El utilitarismo no niega la virtud, dice que debe buscársela y por sí misma. Todos los ingredientes de la felicidad son deseables, y no sólo como partes de ella, pues además de ser medios, son partes del fin: los grandes objetivos de la vida suelen pasar de ser deseados como medios para la felicidad a ser constituyentes de las concepciones de felicidad, deseados por sí mismos [EG: este es de los puntos que más lo distancia de Bentham].

La virtud, en efecto, llega a ser deseada por sí, y más que otras, porque es lo más beneficioso para los demás.

Este proceso de cambio ocurre porque la voluntad se modela por hábito.

Hay que lograr (y acá la educación es importante) que todos deseen lo virtuoso, que la virtud les de placer.

“La voluntad es hija del deseo, y abandona el dominio de su progenitor sólo para pasar a depender del hábito.”

Capítulo V. Sobre las conexiones entre justicia y utilidad

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[EG: concepción teleológica: la felicidad general es el criterio por el que los valores, justicia incluida, son valiosos, frente a la deontológica, que daría valor a la justicia independientemente de sus consecuencias. La dignidad de la justicia procede del objetivo final del utilitarismo, no es ella misma un fin último].

El deber puede ser exigido (hay obligación moral); otras cosas deseamos que las hagan pero no están obligados.

La justicia implica no sólo corrección o incorrección, sino también que se puede reclamar.

La idea de justicia implica una regla de conducta y un sentimiento que sanciona la regla.

En el sentimiento de justicia intervienen el deseo de castigar al que hizo daño (por impulso de auto-defensa y por sentimiento de simpatía) y la creencia de que hay alguien que fue dañado.

Esto es común con los animales, pero nos distinguimos porque podemos simpatizar no sólo con nuestra descendencia o un animal bondadoso, sino con todos los humanos, y seres sintientes en general, y porque poseemos una inteligencia más desarrollada que amplía el sentimiento de consideración propia y el de simpatía.

Lo que amenace la seguridad de la sociedad es una amenaza para mí mismo y pongo en marcha la auto-defensa.

Frente a un conflicto de intereses la preferencia por uno sólo la puede decidir la utilidad social.

Nadie puede pensarse sin seguridad, la justicia es necesaria para el bienestar. Sólo tengo placer si no me molestan, por lo cual hay que atender a esto y castigar a quien lo viola.

Todos tenemos igual derecho a la felicidad y así a los medios que llevan a ella, salvo que jodan a la sociedad.

La justicia son ciertos requisitos morales que, colectivamente, tienen un valor más alto en la escala de la utilidad social y son, por ende, más obligatorios que los otros, aún cuando se den casos particulares en los que algún otro deber social es tan importante como para estar por encima de cualquiera de las máximas generales de la justicia.

En estos casos lo habitualmente justo no lo es esta vez (pero no se abandona la justicia por otro p. moral).

La justicia es lo habitualmente útil, por más que a veces pueda no serlo.